viernes, 6 de noviembre de 2009

CONJURADO EL MALIGNO


Decían de mi admirado André Malraux que vivía para su biografía. Todos lo hacemos, unos más conscientes que otros, pero pocos se atreven a escribirla. Y yo he empezado a cogerle gusto a esto de escribir de mí mismo, aunque una cirugía no pueda compararse con la Guerra Civil española, ni con la Larga Marcha contra el Kuomintang en China. Un síntoma inequívoco de este comecome del gusanillo autobiográfico, es que lo primero que pensé al salir del quirófano fue en cómo contar aquella experiencia en mi blog. Hoy, trascurrida ya una semana, puedo decir con un tono moderadamente triunfante, que he vencido al maligno. Mi conjuro dio resultado. El cáncer tiene que esperar. Desde muy joven adquirí el hábito de coquetear con la Parca, en quirófanos, accidentes, mazmorras, secuestros, tiroteos, etc. De ahí me viene mi afición al coqueteo y mi certeza de que el día que la Parca venga a mí, y no yo a ella, me encontrará como a un viejo amigo, ligero de equipaje y con una sonrisa cómplice. Desde el punto de vista clínico en esta historia hay algo curioso y es que a pesar de todos los avances tecnológicos de diagnosis: ecografía, cistoscopia, tomografía computarizada, etc., los médicos siguen equivocándose y los cirujanos al abrir, o al entrar en este caso, se encuentran con una realidad distinta a la prevista. Fehacientemente diagnosticado de un tumor enorme en la vejiga, resulta que mi vejiga estaba casi sana y lo que parecía un tumor, achampiñonado, colosal y malicioso, si no maligno, no era otra cosa sino la próstata desmesuradamente recrecida que oprimía, aplastaba a la vejiga, la tenía atemorizada y amenazaba con seguir abriéndose paso por donde hubiese podido. De no haberle puesto coto a tanta desmesura, seguramente habría buscado una salida por cualquier citopigio de mi cuerpo y me habría podido convertir en un monstruo, el hombre próstata, algo así como el hombre rinoceronte de Ionesco, o el hombre elefante de la magnífica película de David Lynch. Y no es exageración alguna, pues 80 gramos es una cantidad muy grande para una próstata, retoñada más aún, y si hubiera sido una trufa blanca, al precio que están, me habría podido pagar unas vacaciones posoperatorias. Me consuela saber que tampoco es el alma, que, al parecer, pesa sólo 21 gramos, pues la alegría de saber que el alma se encuentra en la próstata no me habría compensado del dolor de ser un desalmado para siempre. Pero aquí no termina lo curioso del caso, puesto que a mí ya me habían reseccionado la próstata hace 11 años, y, según se ha visto, mal, tan mal que, cual fiera herida, enfurecida, se había dedicado a crecer, que es la forma de gritar su agonía de la próstata. Cuando yo tenía 30 años tuve mi primera prostatitis, que, a pesar de sonar a “mi primera comunión”, o, a “mi primera experiencia sexual”, fue bastante desagradable. Recuerdo que el urólogo en Madrid, me parece que era chileno, me dijo que eso me iba a traer problemas en el futuro, y la verdad es que fue todo un oráculo, aunque cuando le pregunté que a qué podía deberse una prostatitis tan prematura me contestó que la medicina no tenía muy claro si eso se debía a “follar mucho o a follar poco”. Me quedé con la duda existencial de si incrementar mi actividad sexual y convertirme en un sátiro, o reducirla a frecuencias monacales, o pensar que el chileno no tenía ni idea de lo que estaba diciendo. Sensatamente opté por esto último. No quiero finalizar sin dejar de agradecer el cariño y profesionalidad con que el Dr. Nelson Díaz-Lairet ha tratado tan delicada faceta de mi personalidad, y a mi amigo Michel Otayek y a su hijo, mi sobrino Daniel, propietarios del Centro Médico de Carrizal, que me han dado un trato VIP en su magnífica clínica. Y en cuanto al personal, no puedo dejar de contar algo que me impactó profundamente, casi a las puertas del quirófano, o del último viaje. Ya me habían anunciado que de un momento a otro llegaba la camilla para llevarme al quirófano, cuando una bella enfermera, del color del cacao recién secado al sol, me pidió que la acompañara al baño. Cerró la puerta, se arrodilló frente a mí y despacio me bajó los calzoncillos. Yo pensé por un momento que mi amigo Michel me ofrecía una agradable sorpresa incluida en el trato VIP, aunque inmediatamente se me cruzó la idea siniestra de que tal vez las enfermeras habían oído algún comentario sobre mi estado terminal y aquella criatura se disponía a darme un homenaje de despedida de forma absolutamente espontánea. Casi simultáneamente me entró el pánico del macho: “¿Estaré a la altura?” La verdad es que con Carlota al otro lado de la puerta y con el camillero a punto de llegar, la perspectiva, no ya de no clavar el pendón, sino ni siquiera de poder enarbolarlo, me atenazó. Muy despacio se puso los guantes, pensé: “¡Qué profesional!”. “Siempre es mejor que se los ponga ella y no que me lo ponga a mí." Me mordí los labios, mientras ella sacaba una gillette y me rasuraba el pubis. Sentí una indescriptible mezcla de frustración y alivio. Al entrar en el quirófano la tensión se me había disparado y todos lo achacaron al natural canguelo, término éste absolutamente técnico como todo el mundo sabe, pero no se podían imaginar que la causa real era otra, ese instante vivido frente a una mujer que, como caballero que soy, quedará para siempre en el anonimato; ese secreto nos lo llevaremos a la tumba, Eylin, yo y todos mis lectores.




miércoles, 14 de octubre de 2009

EXORCISMO PREOPERATORIO


PALABRAS MÁGICAS

Desde que el hombre, me imagino que sorprendido, habló, las palabras han tenido un no sé qué de mágico y algo más. Tan algo más, que al judeo-cristiano le retumban unas frases imponentes, sonoras, metálicas, como deben ser las voces procedentes del Cielo: “En el Principio fue el Verbo”. Nada menos que el Verbo (con mayúscula porque es la Palabra generadora de Dios) en un Principio (acabando con el Caos e instaurando el Principio) lo hizo todo, todo, a golpe de eso, de verbo, como dicen los argentinos. Como reza la famosa canción de Bob Dylan: God gave name to all the animals, in the beginning... Dios con la fuerza de su Verbo creó a todos los animales, el homo erectus incluido, dándoles un nombre, pero, al revés de lo que decía Dylan, los crea simplemente nombrándolos. La segunda, sin tener la sorprendente grandeza de la primera, también se las trae: “El Verbo se hizo carne...” El Verbo es el mismo de la anterior macrosentencia, pero la carne ésta es minúscula porque es humana, no es divina. Pero el Verbo idea se hace materia, cárnica en este caso, y no sólo genera, sino que transforma. Nacía la Metáfora. Si la palabra puede crear, el hombre no tuvo incoveniente en usarla en su provecho para conjurar, hechizar, maldecir, exorcizar, que es ahuyentar al Maligno, el enemigo del Verbo, o sea el Silencio. Decimos “vade retro”, “ojalá”, “amén”, “si Dios quiere”, “ni lo pienses”, “si te he visto no me acuerdo”, y miles más, con la declarada intención de que esas palabras nos protejan o conviertan nuestros deseos en realidad. El nominalismo en la Edad Media sostenía que las cosas reales eran meras flatus vocis, palabras vacías, pues sólo la palabra divina, el Verbo, era real. Por ello era aceptable que cambiando el nombre de las cosas pudiese cambiar su entidad, que era una pura abstracción. El siglo XIX vio un tímido renacer del nominalismo, en un esfuerzo breve e inútil, aunque dejó profundas raíces en la mente lationamericana, en un continente que es anacrónicamente decimonónico.

Hace unos días leí un artículo en el que se decía que la Universidad de Newcastle, en el Reino Unido, había hecho un estudio científico en el que participaron 516 granjeros de ese país. El resultado es sorprendente: las vacas que son nombradas por su nombre daban 214 litros de leche más al año. También las vacas tienen su corazoncito y son sensibles a los mimos y a las palabras, sobre todo las inglesas, muy educadas ellas, pues cuentan de una vaca británica a la que un vaquero novato se aprestaba a ordeñar, volviendo la cabeza y sacudiéndole con la cola le espetó: “Caballero, si apenas nos conocemos.” Todos sabemos, que nuestros granjeros, sin excepción, y al parecer no como los británicos, llaman a las vacas por su nombre: Mariposa, Guapa, Bizca, Jacarandosa, etc. La intuición enseñaba a los granjeros que eso les gustaba, como parece que les gusta la música clásica, pero no se había cuantificado todavía en litros de leche el placer de las vacas nominadas. ¿Será que la magia de las palabras tiene un alcance todavía desconocido? Tal vez el fracaso de la ganadería de los países del socialismo real se debiera a que los camaradas responsables de las explotaciones lácteas sólo podían dirigirse a las vacas a su cargo con el apelativo de “tovarich”. Uno se pregunta cuánto de verdad y de fantasía caribeña hay en la historia de “Ubre Blanca”, la cursilería del nombre se las trae, la famosa vaca cubana que batió récords mundiales de producción lechera y de mínimos grasos, que hasta estatua tiene, y que, como les pasa a muchos seres humanos, murió joven de tanto ordeñarla. Como dice Cervantes en El Quijote, “cuando empiezas a enhilar sentencias” una cosa te lleva a la otra, y todo esto viene a cuento de que en unas horas pasaré por el quirófano donde un acucioso y reconocido cirujano deberá extirparme un tumor de la vejiga y reseccionarme nuevamente la próstata, ese adminículo que, como el apéndice, una vez cumplida su función no da más que molestias. Lo curioso es que esta misma operación me la hicieron ya hace once años y me retoñó la próstata y me apareció el tumor. A mí siempre me ha retoñado todo lo que me han quitado: la muela del juicio, el tabique de la nariz, las amígdalas, el olfato (me lo quitó el tabaco) y ahora la próstata. Claro que también me ha retoñado el amor, la indignación, las ganas de vivir, de aprender, el gusto por la mañana, las ganas de luchar, la esperanza en el día a día. Todo hombre, y mujer, sabe que es una práctica bastante extendida el dar un nombre cariñoso al aparato del regocijo, como el vaquero a la vaca, y casi nadie nos libramos de ello. Tal vez haya que hacer un estudio como el de Newcastle para ver si eso puede estar relacionado con que a uno le retoñe la sección de los bajos fondos. Mi cirujano, mi futuro rabino de prepucios interiores, me explica que la técnica moderna de reseccionar la próstata es la llamada “vaporización por láser”. Un flash potente de una luz verde de láser que durante segundos ilumina todo el quirófano, trasmuta el interior de la próstata del estado sólido al gaseoso. Lástima que no pueda verlo, aunque no pierdo la esperanza de ver más adelante el correspondiente video, e incluso subtitularlo. Pero tanta maravilla tecnológica me plantea algunas dudas. Por ejemplo: ¿si se pasan un pelín con el láser verde me convertiré en un Hulk? Sería bastante desagradable, aunque útil en marchas y manifestaciones. ¿Y si queda un residuo del láser verde en mis vías urinarias y en el momento cenital mi tálamo se ilumina de una luz verde maravillosa y deslumbradora? Bien pensado, ese efecto secundario sería objeto de envidia y curiosidad de hombres y mujeres, y si pudiese sincronizarlo con las notas del Himno de la Alegría de la 9ª de Beethoven, la tranquilidad económica de mi futuro podría estar asegurada. Aunque bien sé, y quienes me conocen también, que no dejaría nunca la magia de las palabras por las pompas erótico-circenses. El Verbo y yo nunca hemos hecho buenas migas, seguramente porque yo reivindico también el verbo y la razón, por eso mi manera de exorcizar al maligno sean estas palabras, que, desde luego, deseo que sean mágicas.

viernes, 11 de septiembre de 2009

ROMA-TOKIO: NUEVO EJE DE LA ESTUPIDEZ


Apenas sin tiempo de reposar mi última anotación en esta bitácora, la actualidad que protagonizan los líderes mundiales me pone de nuevo frente a la aventura de la página en blanco. La famosa frase de que los pueblos tienen los gobiernos, o gobernantes, que se merecen, me ha parecido siempre tremendamente injusta. El pueblo español no se merecía a Franco, por eso sacrificó casi un millón de vidas, ni el pueblo que alumbró a Goethe, a Bach, a Beethoven y a Leibniz se merecía a Hitler, ni la Italia eterna a un Mussolini, ni Venezuela a un Chávez, sólo por citar algunos y no caer en la tentación de sacar a relucir una esnob erudición histórica. Sin embargo, sí me parece que estos personajes en su faceta más histriónica pueden sintetizar el cliché más elemental y acartonado que sus respectivos países han proyectado siempre. Me explico. El personaje de Franco, bajito, con bigote y mala leche, no podía ser sino español, o portugués si me apuran, gallego era al fin y al cabo. El Mussolini de las plumas en el casco y los gestos imperiales sólo se lo imagina uno reclamando imperios desde el balcón de la Piazza Venezia, y el gesto adusto y reflexivo de un Hitler, levantando mecánicamente el brazo, no podía ser sino de un alemán, revisando a sus tropas en la Unter Den Linden. De igual manera, un Chávez es tan caribeño, que de no ser venezolano sólo podría haber sido dominicano. Las únicas excepciones podrían estar representadas por los siniestros personajes de un Pinochet o un Videla, que podrían haber sido de cualquier país, pero, eso sí, militares. Y, por supuesto, por mucha imaginación de la que podamos hacer gala, nadie se imagina un Berlusconi que no fuera italiano. Hablemos pues de las últimas andadas de este personaje, razón por la cual esta singladura se inicia en Roma, y no en Venecia, como si del Phileas Fogg venezolano se hubiera tratado. Ayer terminó con la consabida rueda de prensa la reunión en Italia entre los gobiernos de este país y el de España. Los visitantes españoles y la prensa ya estaban medio impactados por las explicaciones que Berlusconi había dado a las ministras españolas por sus recientes palabras en las que acusaba al gobierno español de ser “demasiado rosa” para su gusto, por tener el mismo número de ministros que de ministras. Como ya viene siendo costumbre en ciertos políticos, la culpa era de la prensa que había cambiado sus palabras, ya que eso no lo podría haber dicho nunca un italiano, país cuna de Casanova y los playboys (sic). El resto de sus intervenciones, mayoritariamente, las dedicó a explicar que él nunca pagaba por servicios sexuales, ya que lo que a él le gustaba era conquistar, que siempre es un lujo estético estar rodeado de bellas jóvenes, que si iba a hacer diputadas europeas a varias de ellas era por sus valores morales e intelectuales, que los periodistas le tenían envidia por no asistir a sus orgías, que él era el mejor primer ministro de la historia de Italia, etc. Ver la cara de perplejidad de Zapatero y sus ministras compensaba la mediocridad de la surrealista conferencia de prensa. Sólo con esto, si no fuera él quien es, sería suficiente para que sus hijas y esposa lo declararan incapaz ante un juez, quitándole sus televisoras, sus periódicos, sus editoriales, sus fábricas de pasta y hasta su equipo de fútbol. Pero, Berlusconi, el erotómano, se querella contra los diarios L’Unitá y La Republica, no sólo porque hayan denunciado sus bacanales sardas y romanas, algunas en pelota picada como muestran varias fotos, sino porque, según Luciana Littizetto, han dicho que en estas fiestas de prostitución, cocaína y glamur, il cavaliere y muchos de sus invitados, utilizaban la providencial ayuda de las pastillas azules y de otros colores: las levanta penas. Al sátiro Berlusconi no le importa que se denuncien, ya innegables, sus desmanes eróticos, de que use bienes del Estado para solazarse con sus veline, de que haya barrido la línea divisoria entre lo público y su vida privada, que sea el hazmerreír de Europa y el mundo, que a muchos italianos se les erice el pelo de pensar en la vergüenza que es hoy como italiano tener a ese esperpento de jefe de gobierno. No. Lo que le importa es que una periodista diga que a él no se le eriza el aparato del regocijo, según alegato de su abogado. El honor del cavaliere está en entredicho, la entrepierna no le funciona, tiene problemas de erección, algo insólito en un hombre de sólo 73 años, con implante y teñido de pelo y con las facultades mentales aquejadas de impotencia, por lo visto en la conferencia de prensa. La directora y las cuatro periodistas de L’Unitá, al que Berlusconi pide tres millones de euros para levantar la moral de su alicaído espíritu, exigirán que ante el juez el Presidente del Consejo de Ministros demuestre que sus afirmaciones carecen de fundamento. Macho que se respeta no se arruga, y aunque nos imaginamos que conseguir una esplendorosa y reluciente erección ante un tribunal no debe ser nada fácil, Silvio no puede decepcionar a la legión de erotómanos que aspiramos llegar a su edad cabalgando orgullosamente más velinas que el mismísimo Pan.

La otra punta de este eje de la estupidez está en Tokio. Las recientes elecciones japonesas han supuesto un vuelco en la política de ese país. El Partido Demócrata, de centro-izquierda, ha acabado arrolladoramente, con el gobierno de 54 años del derechista Partido Liberal Demócrata. Me congratulo. Hasta aquí todo normal. El nuevo Primer Ministro in péctore es el ingeniero Yukio Hatoyama, graduado en Stanford, EE.UU, donde conoció a su esposa, la adorable Miyuki, que hizo pinitos en las tablas como actriz. Los japoneses, azotados por la crisis, han decidido dar un giro político importante entregándole el timón del país a un partido con propuestas muy diferentes y con un líder que, a pesar de que sus discursos duermen a las ovejas, ingeniero él, ha encandilado a sus compatriotas. Hasta aquí todo sigue siendo aburridamente normal y todo parece abrir expectativas de ilusión para Japón y para el mundo. Pero como todo tiene un pero, resulta que Miyuki San promete ser la primera dama más pintoresca del Japón y del mundo. En una reciente entrevista en la televisión dijo que quiere cumplir su sueño de hacer una película en Hollywood con su amigo Tom Cruise, amigo no de esta vida sino de una vida anterior en la que ella estuvo emparejada con Tom, quien, por supuesto, era japonés. Por si esto fuera poco, añadió que ella había estado en Venus adonde fue en un OVNI. No sé, la nota de prensa no es más explícita, si la adorable Miyuki aclaró si había sido raptada o fue por su propio kimono, si había llegado a venusizar o se había quedado abordo de la nave rodeando el planeta hermano en perfectas elipses circulares, protegida por el rico aire acondicionado del insoportable calor venusiano. Lo que no cabe duda es que le va lo venusino, venusiano o venéreo. No sé cómo imaginarme la acogida de Yukio a su esposa Miyuki al regreso de Venus. “¿Dónde has estado estos días, Miyuki, dulce almendro en flor de mi vida?” “Dando una vuelta por Venus con unos amiguetes a quienes les va lo venéreo. Por cierto, ¡vaya calorón!”. El grabado que encabeza esta anotación, del gran pintor japonés Kitagawa Utamaro, es como yo me imagino al ingeniero Yukio recibiendo a su esposa. Como buen ingeniero no creo que le dijese algo como: “Era apretada de gritos cuando la tuve al encuentro; pulpa de amor era el centro de sus pupilas saltonas...”, sino más bien “Déjame ver qué te han hecho en Venus en el monte de idem”. Cherchez la femme, dicen los franceses. Bueno, pues la encontramos. ¿Podemos con estos datos juzgar al ingeniero? ¿De qué hablarán en la intimidad Yukio y Miyuki? ¿De viajes astrales? ¿Podrá Yukio deslindar su responsabilidad como dirigente de la segunda economía del mundo, de su relación sideral con el dulce cerezo de Miyuki? ¿Cómo se lo montan en la intimidad? ¿Habrá ido también Yukio a Venus y se lo tiene callado? Ya sé que algunos me dirán que la sociedad japonesa es educadamente machista, por lo que nada impide que Miyuki siga viajando por el éter mientras su marido tiene los pies en la tierra. Pero a estos les dedico lo último que dijo Yukio en esa entrevista: “También me como el sol. Lo hago así, ñam, ñam, ñam, me da mucha energía. Y mi marido está empezando a hacerlo también”. Ya no hay duda, ambos comen sushi de sol. Apaga y vámonos. Ni están todos los que son, ni son todos los que están. ¡Dios, por qué estaremos en manos de una pandilla de idiotas! Este final tiene sabor a principio, como el amor, el sexo y la vida misma. Me gusta.

jueves, 3 de septiembre de 2009

DOS INTELECTUALES Y UNA MOTO

En estos últimos días ha habido dos noticias en el mundo intelectual que me han interesado especialmente. Y, cómo no, si no tienen un hilo conductor que las una, y en su estructura profunda sí lo tienen, se lo busco yo. Por un lado, he leído un interesante artículo del filósofo iraní Ramin Yahanbegloo, títulado “El temor de los intelectuales a la política”. Ramin es graduado en la Sorbona y en Harvard y actualmente es catedrático de Ciencias Políticas en la Universidad de Toronto, después de haberse librado de la cárcel y la tortura del regímen de los ayatolas. Arranca el artículo afirmando que “Los intelectuales críticos son hoy una especie en vías de extinción. Temen la política, y se diría que la política muestra una indiferencia absoluta por todo lo que se pueda denominar intelectual.” “Parece que los intelectuales de hoy pensaran que puesto que todas las verdades morales son relativas, ya no hay necesidad de ser la voz moral de un mundo sin voz.” Se pasea a continuación por lo que para él ha supuesto “una epidemia de conformismo” de los intelectuales, a los que ya no les interesa reflexionar y debatir sobre los valores, su único interés reside en el comentario de los hechos. Contrasta la situación actual con la que en su momento supuso la actitud de un Zola o Julien Benda en el affaire Dreyfus, para terminar diciendo que, “Muchos creen, por supuesto, que ser hoy un intelectual comprometido con la vida pública no es nada del otro mundo, ya que ser demócrata y vivir en una democracia no supone ningún riesgo, ningún desafío”. “Mientras los humanos sigamos creyendo que la esperanza no es una palabra fútil, los intelectuales no dejarán de ser útiles en todas las sociedades”.

Ramin sabe bien, pues lo ha sufrido en carne propia, que ser un intelectual comprometido y ser demócrata en una democracia no supone riesgo, pero sí lo supone y mucho en una “no democracia”. Más allá de la idea del riesgo, yo reivindicaría, con Ramin, la necesidad de que tanto los intelectuales, como los inteligentes se alcen como voz moral del mundo, con la ventaja para estos últimos, los inteligentes, de que estos sí pueden hacer política aunque el panorama los desanime, mientras que para los intelectuales es altamente desaconsejable que se inmiscuyan en tan terrenal quehacer y porque igual que una golodrina no hace verano, un Václav Havel será siempre una excepción. Hago esta distinción con la intención expresa de declarar, parafraseando un famoso dicho, que ni todos los intelectuales son inteligentes, ni todos los inteligentes son intelectuales, pue si la esencia de lo intelectual es discutible hasta en el cafetín, el concepto mismo de inteligencia es objeto de debate científico. El homo sapiens sabe anudarse un zapato, el hombre inteligente intenta comprender el mundo. La humanidad está compuesta en su mayoría por homo sapiens. Los políticos son sus dirigentes, les enseñan a organizarse para anudarse mejor los zapatos y poco más. Los inteligentes son los que hacen que el homo sapiens vea la televisión, viaje en avión, se cure de muchas enfermedades y se destruya quirúrgicamente, mientras él sigue haciéndose preguntas y enseñando a otros aprendices de inteligentes a hacérselas a su vez. Claro que son muy pocos. ¿El 0,03%, Yajaira? Puede ser. De ahí a entender por qué tenemos los políticos que tenemos en el mundo hay sólo un paso. ¿Los que nos merecemos? Bueno, la mayoría sí. Y no hablo sólo de los histriones trasnochados del mundo andino y caribeño, pues en todas partes cuecen habas. El camellero de Gaddafi, reciente diseñador de autos de carreras (por algo su hijo es accionista de la Fiat) para celebrar los 40 años de su dictadura, el tragafuego del Ahmadineyad, el sátiro de Berlusconi, el donjuán enano de Sarkozy, el pesetero de Brown, el espía corrupto de Putin. Ni los más sensatos y discretos, los Zapatero, Obama, Merkel, son como para oírlos boquiabiertos. Por eso es importante, como pide Ramin, que los intelectuales, y yo añado, los inteligentes, se erijan en voz moral del mundo.

Claro, y aquí voy a la segunda noticia, que hay intelectuales que se han auto concedido, no ya la categoría de voz moral, sino de oráculos morales. Y me refiero a Chomsky, que tras visitar al Teniente Coronel Chávez ha declarado: “Chávez construye un mundo diferente y posible”. Diferente, no tanto, posible, imposible.

Noam Chomsky, el Generativismo, es un paso fundamental en el estudio del lenguaje y en el método de análisis de la Estilística. Las tesis tranformacionalsitas guardan diferencias sustanciales con la doctrina estructuralista que sólo se ocuparía de la manifestación, de la estructura superficial, ignorando lo que ésta manifiesta, la estructura profunda. Eso fue allá a mediados del siglo pasado, - el mundo moderno de Chávez – y desde entonces, la Gramática Generativa y las propias ideas de Chomsky han quedado superadas, como ha pasado siempre en esta disciplina, por la neurociencia y por otros “chomskyanos” como Thorne, Ohmann, Katz, o Spillner y por los llamados "textilingüistas". Esto no lo sabe Chávez, ni falta que le hace, no todo el mundo tiene que saber estas cosas. Además, el Chomsky que le intresa al Presidente es el Chomsky activista. La segunda faceta de Chomsky, la de activista político, se inicia valientemente oponiéndose a la guerra de Vietnam y desde entonces ha participado en cuanta tribuna se le ha abierto, que han sido muchas y ha escrito cuanto libro ha querido, que han sido más que de lingüística, de lo que no escribe desde hace 15 años. Pero, afortunadamente para él, Chomsky pasará a la historia profunda como un gran lingüísta y a la historia superficial como un activista político. Como ha pasado con Sartre, con Picasso, con Neruda y con tantos otros en la otra acera, como D’Annunzio. Henri Lefebvre en Problèmes actuels du marxisme (1958) decía que los marxistas tenemos que aceptar en política cosas ideológicamente inaceptables. Los mismo les pasa a los intelectuales activistas. Parece que a algunos intelectuales, grandes intelectuales, cuando piensan y actúan como activistas políticos la cabeza se les transforma: deja de ser redonda y se les pone cuadrada. Y lo que es imperdonable en Chomsky es que se haya quedado, precisamente, en la estructura superficial del chavismo que se vende como socialismo libertario, habiendo ignorado la estructura profunda donde nacen sus raíces fascistas. Pero yo seguiré admirando a Chomsky y explicando a mis alumnos sus aportes fundamentales a la lingüística. El problema es de Chomsky y de Chávez, no mío. Parece que en la izquierda acrítica se sigue mansamente las enseñanzas de Mao en el Libro Rojo: “si tus enemigos te critican es que lo haces bien” y, con mayor razón: “los enemigos de mis enemigos son mis amigos”. Lo único que los une es su antiamericanismo y su anticapitalismo, aunque en esto último Chávez se puede llevar una sorpresa cuando lea que Chomsky se declara anarquista, o más concretamente anarcosindicalista. Cuando Chávez se enteró de que sus amados y machaconamente citados “El Oráculo del Guerrero” y las Odas de Walt Whitman eran exaltaciones homosexuales, las sumió en el más absoluto y homófobo silencio. ¿Hará los mismo con Chomsky cuando se entere de que es anarquista? ¿Y qué hará cuando se entere de que Marx era judío? ¿Prohibirá su lectura en las universidades bolivarianas? El bueno de Chomsky escribió en 1995 un libro a dos manos con Ignacio Ramonet Cómo nos venden la moto, algo así como: Cómo nos dan gato por liebre. Con Ramonet, Chomsky coincide, además de en sus conocimientos de semiología, que me gustaría compartir, en su terror a la influencia mediática, que comparto matizadamente, su antiamericanismo, que compartí y en dedicar sus vidas a eso, que me parecen, las dos últimas, pobres razones para la vida de un intelectual. ¿Y ahora quién le vendió la moto a quién? Parece que una vez más, en este caso Chávez, le han vendido la moto a Chomsky, o en términos más coloquiales, “se la ha metido doblada”. Un amigo argentino diría: “Ché, Noam, sentate y no me rompás los huevos”.

lunes, 31 de agosto de 2009

DOS BODAS Y UNA LENGUA


Con una vida social muy limitada, el hecho de asistir a dos bodas en dos semanas constituye todo un acontecimiento que altera mi rutina. Como amante de la lengua, de la que vivo y para la que vivo, me es imposible evitar caer en la deformación profesional de juzgar mucho de lo que sucede a mi alrededor en función, casi siempre, de la lengua. Me imagino que si fuera peluquero me pasaría lo mismo y lo que más me interesaría de una boda sería el peinado de las señoras. Como no lo soy, me fijo más en las demás partes de las señoras, incluida la lengua. La primera boda, esponsales de la hija de una amiga, tenía todo ese tufillo pequeño burgués que tanto me aburre. El marco, una moderna iglesia en una urbanización de la alta burguesía, que, por un detalle que no viene al caso, me recordaba más a un Cirque du Soleil tropical que a un templo. Se suponía, porque así estaba previsto, que, aparte de los novios, los puntos resaltantes de la ceremonia fueran el coro que cantó una misa rociera y los veintidós (22) “caballeros de honor”, perfectamente uniformados de frac impoluto. El coro resultó de lo más desangelado, aunque la misa rociera fuera una buena idea y los caballeros parecían más bien los boys de una revista de Broadway: jóvenes, altos, bien alimentados y con barba descuidadamente cuidada de cuatro días. El protagonismo se lo llevó entero el cura. El cura, joven, dicharachero, jacarandoso, ligeramente mariconzuelo (nada que objetar: todas las camas llevan a Roma), se dedicó a “chupar cámara”, dispuesto a no dejarse avasallar ni por el coro, ni por los caballeros, ni por los novios. Declamó, gritó, bromeó, mimó, dialogó con el público, metió la pata, muy en la línea tan de moda por estos pagos de un televisivo Aló Curita. Pero para ser absolutamente fiel al modelo bolivariano, generalizado, desgraciadamente, entre otras progresías de nuevo cuño, (que los dioses y las diosas me libren de afirmar que el curita era chavista) el sacerdotín se dedicó con un empeño digno de mejor causa a no omitir un femenino junto a un masculino en cuanto sustantivo y adjetivo se le cruzaba por la lengua. Que un militar o un político ignore la diferencia entre el género gramatical y el sexo es hasta comprensible; unos por pura ignorancia y los otros por demagogia falsamente feminista, pero que un cura que ha estudiado latín, que se supone que sabe cómo el genio de la lengua castellana elimina las desinencias de las declinaciones latinas y, a falta de un neutro, decide poner en el nominativo, en el nombre, la “o” final a los masculinos y la “a” a los femeninos, para que Nebrija decidiera que la distinción se hace con el artículo, es imperdonable. Además, con el voto de castidad el único género que debía considerar es el gramatical. Aquello fue una retahíla interminable de orgullosos y orgullosas, los que se han ido y las que se han ido, los pecadores y las pecadoras, los cristianos y las cristianas, los fieles y las fieles, los castos y las castas, los padres y las madres, los bautizados y las bautizadas, etc. ¡A la mierda la economía de lenguaje! Tan entusiasmado estaba en citar por su nombre a los y las que ya no estaban entre nostros, que incluyó entre las idas a la madre de la contrayente que la flanqueaba frente al altar. La misma novia tuvo que rectificarle y decirle que su mamá no estaba en el cielo sino a su lado. Gritó poseído de angelical gozo cuando lo que él tomó por una golondrina, todo un símbolo evangélico que no podía sino augurar eterna felicidad a los contrayentes, , atravesó la nave. En la segunda pasada en vuelo rasante pudimos constatar que se trataba de un murciélago, con lo que no sé a qué simbolismo acogerme en este caso, a no ser que fuera el propio Batman practicando en La Lagunita. El rizo gramatical lo rizó dirigiéndose a los esposos a los que les dijo: “Cada uno y cada una de ustedes dos”. ¡Pá coger palco, mi hermano! Para rematar en plena exaltación eucarística, nos recordó que Cristo en su última cena repartió el pan (previamente transustanciado en su cuerpo) “entre todos los presentes y las presentes”. ¿Desliz lingüístico? ¿Toma de posición evangélica? ¿Destruimos el cuadro de Leonardo? ¿Estaban los trece con sus respectivas esposas tipo cena de los viernes? ¿Había camareras? Tantas preguntas en el aire, todas igualmente inútiles, pues la única explicación es que el curita se hizo un lío con su propia estupidez gramatical.

La segunda boda, la boda de la hija de una amiga del alma, fue algo diametralmente opuesto. Un bello caney en una bella universidad, al aire libre, aromas de flores, mecheros encendidos, una emotiva ceremonia civil con el funcionario que los casó y su bella secretaria, visiblemente emocionados, pues eran primos hermanos de la novia, con un cuarteto acompañando la ceremonia a los acordes del Canon und Gig y el Himno de la Alegría de la 9ª de Beethoven, con un reducido grupo de invitados rodeando a una familia que desbordaba alegría, en lágrimas y risas, en brindis y en bromas, y, lo que es muy importante, haciéndonos sentir a todos felices de compartir esos momentos con esa familia. Una familia “gozona”, que no paró de bailar salsa hasta el final, una vez retirado el cuarteto. Pero allí había también otra cosa importante para mí, un respeto reverencial por la lengua, ese respeto y ese amor que te permiten hacer malabarismos, equilibrios, bromas y chistes con la lengua por objeto. Una tía de la novia, mujer divertida y cáustica, (su nombre forma parte del secreto del sumario) nos contó que su hermana recientemente fallecida había tenido un pretendiente-amante que un día, en pleno momento de la verdad, dicho en términos taurinos, le planteó muy serio una pregunta que jamás debió hacer: “¿Quieres que te chupe el ‘clíctoris’?” A la estupidez de la pregunta le añadió el horror fonético-gramatical, y la requerida, más amante de la lengua de Cervantes que de la de su pretendiente, sintió ese “clic” ante tamaña solicitud genitiva, que le produjo un efecto casi ablativo y declinó, abandonando al susodicho. Del sexo no se habla, se hace, dicen algunos, pero si se habla, que sea bien y correctamente. Si el bien hablar ha sido siempre señal distintiva de cultura, en un país donde el Presidente escribe “adquerir” y “felisidad”, un ministro dice “adelaños”, un viceministro dice “rompido”, que un pretendiente-amante diga “clíctoris”, casi da ternura.

miércoles, 19 de agosto de 2009

HÉCTOR NAVARRO





Hoy no tengo ganas de profundizar, y la Ley Orgánica de Educación (LOE) lo menos que merece es eso: atravesarla hasta el fondo. Así que me quedaré en lo anécdotico que ayer mismo me produjo, como casi siempre que estos majaderos hablan, una mezcla de hilaridad e indignación.

En los mentideros de la vieja izquierda venezolana, se considera al ministro Héctor Navarro, al igual que a Alí Rodríguez, como de los más granado intelectualmente que tiene la banda instalada en el poder. Pues si Héctor Navarro es el genio, ¿qué quedará para el resto? Héctor Navarro se lució ayer con dos perlas impagables. La primera, afirmando que la movilización contra la LOE estaba directamente relacionada con las bases americanas en Colombia. Esta mañana me encontré en el supermercado a mi amigo José Luis y su mujer. A voz en grito y con expresión de indignación y desesperación me dijo que no estaba dispuesto a que su hija de seis años se convirtiera en un soldado periquito de la revolución chavista y que se iban del país. Entiendo su actitud, cuestión de calendario, como entiendo la de los que han decidido quedarse y luchar siguiendo el ejemplo que da en su valiente carta Gonzalo Himiob, yendo a la puerta del colegio a impedir que adoctrinen a sus hijos. No se me ocurrió preguntarle si su actitud contra la ley de marras no estaría influenciada por las bases americanas de Colombia. Claro, que de haberlo hecho, mi amigo José Luis se habría ido del país pensando que su amigo Luis había perdido la chaveta. Chávez los tiene locos. Cuando leí u oí, ya no lo recuerdo, la frase de Navarro, lo primero que pensé fue que el ministro es idiota, o imbécil, pero consultado el DRAE vi que la idiocia o la imbecilidad son enfermedades, generalmente congénitas o adquiridas a temprana edad, lo que, obviamente, no cuadra con el currículum del ministro, y lo que es aún peor, si lo califico así corro el riesgo de que el día de mañana se tomen mis palabras como diagnóstico especializado y puedan ser utilizadas como eximente o dirimente de la indudable responsabilidad política y penal del Sr. Ministro. Si lo califico de tonto, necio, bobo, o estulto, el uso del lenguaje ha suavizado tanto estas palabras que ya casi parecen cariñosas. No me veo diciéndole: “¡Ay, Héctor, que necio eres!”. No me queda más remedio, pues, que recurrir al lenguaje coloquial, bajar el registro y decir que Héctor Navarro es un gilipollas, como dirían en mi tierra, o un huevón, como dirían en la suya. Al fin y al cabo, quiere decir lo mismo y suena mucho mejor.

La segunda perla, esta más seria, es hoy titular de la mayoría de los periódicos: “Quien desacate la Ley de Educación es un delincuente”. Aderezado con dos precisiones: “el que no esté conforme que acuda al Tribunal Supremo de Justicia” y que “hay mucho loco en la derecha en Venezuela.” Mire usted, Sr. Ministro, ahí le doy toda la razón. Los que no están conformes con la ley acudirán al Tribunal Supremo, con el absoluto convencimiento de que no sirve para nada... por ahora. Tiene usted razón al decir que en la derecha venezolana hay mucho loco... y en la izquierda. Chávez ha enloquecido al país. Pero, por si acaso, sepa usted que a esa ley, como a Chávez, no sólo se opone la derecha, también el centro y la izquierda, claro, la izquierda del siglo XXI, no la izquierda borbónica, como dice mi amigo Teodoro, la izquierda extinguida en el mundo entero, excepto los pocos fósiles que como curiosidad en el proceso evolutivo perduran en América Latina. Y por último, Héctor Navarro, claro que los que se oponen a la ley son delincuentes y como tales los tratará la justicia bolivariana. En los gulag rusos, en las cárceles franquistas y en los campos de concentración nazis, se pudrieron y murieron millones de inocentes a los que se les aplicó la ley en vigor. Hasta la ley racial con la que se envió a la cámara de gas (¿por qué será que a todos estos les gusta tanto el gas?) a millones de judíos era una ley refrendada por los legisladores del Tercer Reich. La ley y los tribunales sirven para lavar la conciencia de los déspotas, hasta que a ellos se les aplica la otra ley, la de la justicia universal. Siempre habrá un Nüremberg. Y, como dicen en mi tierra, a todo cerdo le llega su San Martín, que traducido al criollo, es “A todo cochino le llega su sábado”.

martes, 11 de agosto de 2009

EL FEO ROSTRO DEL FASCISMO









La Venezuela de hoy, o la de anoche, era conocida en el mundo, además de por el negro petróleo, por la luminosidad de su naturaleza y la belleza de sus mujeres. Hoy el mundo está descubriendo en Venezuela el feo rostro del fascismo. Como el retrato de Dorian Gray, celosamente escondido en un desván cada vez más público, el bello rostro de la “Revolución bonita”, muestra su horrenda realidad: el feo rostro del fascismo.

Dicen algunos chavistas desengañados, que a Chávez no le importa que las cosas vayan mal, sino que se sepa. De igual manera, quiere que el mundo crea en el bello rostro democrático de la revolución bolivariana, cuando su retrato se resquebraja con las muecas del odio, de la opresión y de la ambición. Es igual el color de la pintura con la que se quiera tachar la libertad: el fascismo ha usado el color negro, el pardo, el azul y el rojo. El color de sus camisas, el color de sus cerebros. El fascismo no está en el color, está en la brocha y en la mano del que la blande.

Y si a alguien le cabe alguna duda, intentemos enumerar algunos síntomas.

-El judicializar la política, encarcelando, inhabilitando o exilando a los adversarios políticos, es fascismo.

-El convertir a los fiscales en perros de presa del régimen, falsificando pruebas, amenazando o comprando testigos, es fascismo.

-El presionar a los pocos jueces independientes que quedan para que dicten medidas y sentencias preparadas de antemano, y expulsando de la carrera a los que no se doblan, es fascismo.

-El no respetar el derecho al debido proceso contremplado en la Declaración Universal de los Derechos del Hombre; el derecho a ser juzgado por los jueces naturales, el derecho a ser juzgado en libertad, el derecho a ser informado de las acusaciones, es fascismo.

-El que no exista división de poderes, antes de la Revolución Francesa era absolutismo, hoy es fascismo.

-El desprecio y el aplastamiento de las minorías, el irrespeto al adversario, su demonización, es fascismo.

-El confeccionar elecciones, demarcaciones electorales y censos a la medida, es una burla a la democracia, por eso es fascismo.

-El exacerbar el nacionalismo belicista, es fascismo.

-El uniformar a un pueblo, es fascista.

-El pretender que el Estado controle la ideología de la enseñanza, en detrimento de la libertad de conciencia y de la autonomía universitaria, es fascismo.

-El obligar a los niños a tener preparación militar, es fascismo.

-El identificar la libertad de expresión con el terrorismo, persiguiendo a periodistas y comunicadores como a terroristas, es fascismo.

-El callar la libertad de expresión y el derecho a la información del pueblo clausurando emisoras de radio y televisión, es fascismo.

-Eliminar los sindicatos libremente creados por los trabajadores, sustituyéndolos por correas de transmisión del Estado-patrono, es fascismo.

-Eliminar las conquistas tan duramente obtenidas por los trabajadores tras décadas de lucha sindical, es fascismo.

-Imponer un pensamiento único, es fascismo.

-Monopolizar y controlar toda la actividad social, desde los juguetes hasta los libros, desde el deporte hasta el cine, es fascismo.

-El culto a la personalidad es fascista

-Apropiarse de la historia es fascista.

-Hipotecar el futuro de un pueblo es fascista.

Al cierre, oigo unas declaraciones de la inefable y pluriempleada funcionaria Jacqueline Farías -sí, la misma que arrobada de pasión y sonrisa orgasmática se autoproclamó “dedo de Chávez” (en qué estaría pensando)- diciendo que gracias a la Ley de Educación que se va a aprobar, “dentro de unos años todos los niños serán los futuros Chávez”. ¿Se imaginan? ¿Millones de gremlins? A confesión de parte... Ella, como su admirado prócer, podrían decir como Les Luthiers: “la inteligencia me persigue, pero yo soy más rápida”.

viernes, 24 de julio de 2009

SOR PAJILLA

Una entrañable amiga que conoce mis debilidades (gracias, Froila), me envía una historia que está haciendo furor en internet. Antiguamente se llamaban historias de camino, más tarde leyendas urbanas y hoy cuentos de internet. A la autoridad de la letra impresa se le añade la de la red, que en muchos casos deslumbra y wikipediza la cultura del desapercibido. Se trata de una curiosa historia supuestamente sucedida en la España del siglo XIX, concretamente en Málaga, donde ...

“En diciembre de 1840, se autorizaba la creación (merced a una especialísima dispensa del Obispo de Andalucía) del Cuerpo de Pajilleras del Hospicio de San Juan de Dios, de Málaga. Las pajilleras de caridad (como se las empezó a denominar en toda la península) eran mujeres que, sin importar su aspecto físico o edad, prestaban consuelo con maniobras de masturbación a los numerosos soldados heridos en las batallas de la reciente guerra carlista española.

...El éxito rotundo, se tradujo en la proliferación de diversos cuerpos de pajilleras por todo el territorio nacional, agrupadas bajo distintas asociaciones y modalidades. Surgieron de esta suerte el Cuerpo de Pajilleras de la Reina, las Pajilleras del Socorro de Huelva, las Esclavas de la Pajilla del Corazón de María...”

Es curioso que esta historia tenga lugar en Málaga, uno de cuyos pueblos, Archidona, ingresó en la fama de la mano, nunca mejor dicho,de Camilo José Cela, que en su libro “La insólita y gloriosa hazaña del Cipote de Archidona”, narra una de las mayores hazañas masturbatorias que vieron los siglos.

Son ya centenares los blogs que recogen este descubrimiento histórico. Algunos, bucean en la historia latinoamericana y encuentran que las damas pajilleras se extendieron por el continente y así aparecen en la guerra civil en México como las Hermanas de la Consolación, llamadas también “mami-chingonas” u “ordeñamecos”, a las que siguieron las “sobagüevos” dominicanas, las damas “beixapau” paulistas, hasta dejar huella en un villorrio a orillas del Paraná, Pago de los Arroyos, como las Hijas de Nuestra Señora del Vergo Encarnado.

Es inobjetablemente evidente, que a falta del más absoluto asomo de veracidad histórica, todo esto tiene una repajolera gracia. A estos montajes no se les puede pedir rigor, sino barniz y éste lo tiene, con imaginación y buena pluma. Es indudable , y así hay que reconocerlo, que legiones de monjitas prestan en el mundo, sobre todo en el más necesitado, un meritorio e impagable servicio de socorro y ayuda a los enfermos y desvalidos. Y también servicio es, a veces perentorio, éste al que se refiere la noticia internáutica. La historia y la literatura están llenas de relatos que apuntan en la misma dirección, aunque nunca nadie se había atrevido a insitucionalizar lo que siempre ha sido prueba de abnegación individual.

Doña Inés ha sido un fantasma y una fantasía recurrente en las ensoñaciones eróticas de muchos varones, entre los que sin pudor me incluyo, y Doña Inés y el sofá, el sofá y Doña Inés, nos ha traído a mal traer. La literatura medieval y renacentista está llena de bellas mujeres que entraban en religión, bien por necesidad económica, la dote de matrimonio sólo alcanzaba para la mayor, o para ocultar deslices no santos, que una vida de santidad lavaba, como la mancha de vino tinto con vino blanco se quita. Los conventos, sus jardines, sus claustros y celdas han sido testigos consuetudianarios de frufrús de hábitos, hopalandas y enaguas, susurros de maritornes, celestinas y trotaconventos y hasta ruidos de sables cruzados por pretendientes celosos, como Don Juan Tenorio y Don Luis Mejías. Capítulo aparte merecería algo no tan caballeresco, pero prueba al fin y al cabo de la relajación de las costumbres conventuales, de los continuos hallazgos en excavaciones en los conventos de los siglos XV y XVI de enterramientos de fetos y neonatos. Teresa de Ávila, santa mujer, fundó la orden de las carmelitas descalzas y mandó a parar. Se acabaron, o casi, los conventos aburdelados y aparecieron las órdenes de clausura. Afortunadamente para los pobres y necesitados, pero desgraciadamente para los varones en general, el nivel de belleza de la enclaustradas descendió rápidamente, hasta el punto de surgir el dicho popular según el cual “las monjas se casaban con Dios, porque no había Dios que se casara con ellas”. Dejaron de ser diosas, para cargar con adjetivos zoófilos, como “cuervos” y “pingüínos”. Yo, la última monja que vi que me hizo elevar la producción de testosterona fue hace ya algunas décadas y era una homicida.

Antes de eso, tuve la oportunidad de participar en las conversaciones con cuatro viejos líderes anarquistas recientemente excarcelados, entre los cinco sumaban 150 años de condena cumplida, para intentar que se sumasen al proyecto de creación del sindicato clandestino de Comisiones Obreras. El intento fue vano, pues eso del “entrismo” no entraba en los sólidos principios morales de los viejos ácratas. Pasamos a oír sus relatos de anécdotas carcelarias y entre ellas, recuerdo que una de las más divertidas era la de unas monjitas de la enfermería del Penal de Carabanchel en Madrid, que se habían cosido unas enormes cremalleras centrales en el hábito, (el velcro estaba aún por inventarse) y por riguroso turno beneficiaban a los líderes anarquistas con breves pero intensos encuentros amatorios, casi con seguridad pensando en que hacían un servicio a los pobrecillos que tal vez no saldrían nunca de allí, ad majorem dei gloriam, y, por supuesto, sin pensamientos libidinosos. O, ¿por qué no?, se adelantaban a uno de los aforismos de Les Luthiers: “Huye de las tentaciones, pero, eso sí, despacio, para que puedan alcanzarte.”

viernes, 17 de julio de 2009

METERSE EN HONDURAS

Llevo unos días, los mismos que llevo repitiéndome que he de encontrar un hueco para retomar esta bitácora, debatiéndome entre dos temas de urgencia: Honduras y Berlusconi. Me decido por Honduras, porque lo de Berlusconi es una payasada de largo alcance y habrá tiempo y tela que cortar más adelante, mientras que lo de Honduras es efímero, como un partido de fútbol. Y como en verano no hay fútbol, pues razón de más para verlo como tal. Sobre todo, por tratarse de un país que la última vez que se asomó al mundo fue por la llamada “guerra del fútbol”, cuando el 14 de julio de 1969, hoy hace 40 años, el ejército salvadoreño invadió Honduras, con la excusa de un partido de fútbol accidentado.

EL CAMPO DE JUEGO:

Honduras debe su nombre a la profundidad de las aguas de su costa que impresionaron a los primeros descubridores españoles. Estos creyeron encontrar un nuevo El Dorado centroamericano en las minas de Las Hibueras y Hernán Cortés envió en expedición a uno de sus capitanes favoritos, Cristóbal de Olid, que le traicionó. El mismo Cortés equipó y encabezó una expedición de castigo contra su antiguo capitán, que, en el momento de la partida, ya había sido degollado por un amigo del Capitán General de la Nueva España. Ese sería uno de los primeros de los muy numerosos asesinatos entre capitanes y conquistadores españoles que harían de Honduras el país del Nuevo Mundo donde más “crímenes por ajuste de cuentas”, se daban en aquel momento. La riqueza de las minas, y sobre todo las piedras preciosas, contribuyeron en gran medida a la riqueza de la Capitanía General de Guatemala, de la que dependía Honduras. Pero la tensa situación entre los conquistadores, su comprensible ambición y los sucesivos crímenes, hicieron que el lenguaje español incorporase en su uso, hasta nuestros días, la expresión “meterse en honduras”, como equivalente a “meterse en complicaciones innecesarias”. El posterior agotamiento minero, la hostilidad de su clima, la poca productividad agrícola, hizo que Honduras se fuese empobreciendo a la sombra de Guatemala y, una vez independiente, se convirtiese, como casi todo el continente, en una finca que explotaban en comandita los militares y la oligarquía. A partir de los años 30, militares y oligarcas se asocian con las compañías fruteras de EE.UU., que pasarían a ser los propietarios de facto de la finca, regentada dictatorialmente por sus socios locales.

EL EQUIPO LOCAL:

La oligarquía hondureña, ganadera y agrícola, ha ostentado todos los poderes en su país durante 150 años, disponiendo de vidas y haciendas, ordenando el trabajo sucio a su ejército y tratando a su campesinado, como si de la almas de Gogol se tratase, con crímenes incluidos. La verdad es que poco trabajo les han dado, pues la inexistencia de una clase obrera no ha permitido la aparición de una izquierda democrática, los movimientos campesinos fueron prontamente abortados y ni una mala guerrilla que echarse al coleto han tenido. Los nuevos aires de libertad que refrescan el mundo desde hace unas décadas, la convicción de que el mercado necesita de libertad y el cambio de orientación de la política de Washington, propiciaron, como en todo el continente, el surgimiento de una burguesía liberal que se empeñó, no siempre con igual éxito, en construir el andamiaje de un Estado de Derecho, de un sistema democrático. Tan es así, que para evitar la metástasis del caudillismo que tanto dolor ha producido en América Latina, plasmaron en su Constitución, no sólo la prohibición absoluta de proponer una reelección presidencial, sino la sanción inmediata de quien la propusiera. Un sistema democrático, sin embargo, incipiente, débil en sus bases, corroído por una tradición de corrupción secular, y, como analiza Villalobos en su magnífico artículo, titubeando entre caer en el precipicio de los señores de la droga, o lo señores del petróleo. Y, como reza el dicho, la cabra siempre tira al monte, y un ejército acostumbrado a ejercer de matón, tiene unas mañas difíciles de obviar, pues lo contrario sería razonar, un oxímoron imposible. No quisiera ofender a las madres de los militares de parte alguna, ni siquiera a estos, pero la historia reciente, incluso la actual, de América Latina da fundamento suficiente a la famosa frase: “Benditos sean los vientres de las mujeres costarricenses, porque ellos no parirán un militar”. El penoso, troglodítico espectáculo de unos militares encapuchados, disparando a las cerraduras, gritando al Presidente (los militares gritan porque es la manera de transmitir órdenes y el grito amilana, no deja pensar) es algo tan nauseabundo en la democracia del siglo XXI, que por mucho que intenten justificar lo injustificable, un golpe de Estado militar es eso y nada más que eso. Para los militares, como para los fascistas de derechas y de izquierdas, las formas son un lujo innecesario, pero para un Estado de Derecho, como para la mujer del César a la que no le bastaba ser honesta sino que tenía que parecerlo, las formas son fundamentales. Sin formas, queda la barbarie. Y no hay golpes buenos y golpes malos. Lo del “traje de noche” como eufemísticamente dice el demóstenes depuesto, es irrelevante, aunque esperpéntico. La mediocridad de un Micheletti al que le va grande no sólo el traje y las prácticas habituales de censura y violencia, convierten al nuevo gobierno hondureño en un títere de triste cara fascistoide.

EL EQUIPO VISITANTE:

En este caso, el equipo visitante sería el depuesto presidente, Mel Zelaya, aunque durante la mayor parte de su vida jugó con el equipo local. Y es obvio que es el equipo visitante, pues pretendía apoderarse no sólo de los cuatro años en juego, sino de todos los del campeonato, pasándole el rodillo al equipo local. Manuel Zelaya pertenece a una de las familias hacendadas de la oligarquía hondureña, dueños de tierras, vacas y campesinos. El 25 de junio de 1975, en la hacienda propiedad del padre de Mel, en Los Horcones, en Olancho, fueron masacradas 14 personas cuando se dirigían a protestar a Tegucigalpa. Los cadáveres de los sacerdotes, campesinos, mujeres y niños fueron arrojados a un pozo de malacate, en lo que se recuerda como una de las mayores masacres cometidas en Honduras contra los campesinos. La fotografía de Mel Zelaya que ilustra este blog, por su aspecto, podría ser de esa época, aunque, por supuesto, no nos atreveríamos a afirmar que el depuesto se dedicase a la caza del campesino, también podía asistir a un baile de disfraces. Pues el bueno de Mel, como su destino le tenía marcado, es elegido presidente como candidato de un partido conservador. Parece que le tomó pronto gustito al sillón y empezó a lamentarse de la brevedad de la vida presidencial, y en plan de crisálida arrepentida le fue a contar a Fidel cómo lamentaba tener que dejar a su maravilloso pueblo que tanto necesitaba de él. Nadie mejor que Fidel para comprender este razonamiento y le animó a considerar otras posibilidades. Las otras posibilidades estaban claras: la espada de Bolívar que recorre América Latina. Es decir, unirse a la cuerda de amanecidos del Alba que te ofrecen un combo de lo más atractivo: reelección asegurada, petróleo gratis, viajes gratis, a cambio de salir en la foto aplaudiendo al nuevo emperador. Y no pudo resistir la tentación. Se declaró de izquierdas, castrista de toda la vida, antiimperialista, y no se declaró vegetariano porque Ortega le dijo al oído que tampoco se pasara de rosca. El cow boy hondureño se integraba al equipo de los libertadores de América y su entrenador empezó a instruirle en la táctica electoral que tan buen resultado le había deparado en su tierra: Constituyente-Constitución-Reelección-Control de Poderes-Presidente electo ad aeternum. Intentó dar un golpe de Estado, lo tenía todo preparado, ya había violado la Constitución. Pero le salió el tiro por la culata. Se le adelantó el Ejército y sustituyó un violador por otro. La Historia da unas oportunidades únicas a personajillos como éste, de una verborrea, mitad de casino ganadero, mitad de púlpito, con esos recursos retóricos ya tan manidos en estas latitudes de mezclar lacrimosamente a Cristo con los pobres, al pueblo con la soberanía y memeces por el estilo. Pero nunca había tenido la posibilidad de demostrar su increíble valor como lo hizo al sobrevolar acrobáticamente el aeropuerto de Tegucigalpa y decir una frase para la historia de Honduras: “Estaba tan emocionado que si tengo un paracaídas me lanzo a la pista”. Volaba tan bajo, que con un poco más de valor hasta sin paracaídas podría haberse lanzado. Además, su frase nos demuestra la valentía no sólo de él, sino de los pilotos y hombres de seguridad del avión venezolano que volaban sin paracaídas. ¿Kamikazes? ¿Habrían jurado estrellarse contra la casa de Gobierno del usurpador por el honor del emperador caraqueño?

EL ENTRENADOR:

Hugo Chávez. En su afán de convertirse en el gallo del gallinero, ya no pone remilgos a cualquier gallina que se deje pisar. Lo mismo le da un ex guerrillero estuprador, que un indio flipado, que un cowboy de derechas. Lo importante es tener asegurada una buena puesta. El plan que diseñó para Mel no era original, seguía el patrón establecido en Caracas y puesto a prueba en La Paz y Quito. Las urnas, las papeletas de voto (parece ser que las urnas ya venían con los votos dentro) se habían elaborado en la imprenta de Caracas y llegaban en avión venezolano a Tegucigalpa. Seguramente las actas con los resultados ya habían sido elaboradas en el Consejo Nacional Electoral venezolano. La operación era de rutina, como lo volverá a ser en Perú dentro de poco y tal vez en la misma Honduras. Pero cuando de hombres se trata no siempre el resultado es matemáticamente previsible, y la derrota de su pupilo hizo que al entrenador Chávez se le saltaran los tapones de la ira, dentro y fuera del vestuario.

EL ÁRBITRO:

La OEA. Uno está acostumbrado a ver arbitrajes malos, incompetentes, surrealistas, árbitros comprados, pero lo de la OEA fue tan lastimoso, que ni pudo terminar arbitrando el partido. La misma lacra de la reelección que aqueja a los países de América, transfigura al Secretario General de la OEA. El Sr. Insulza pretende ser reelegido en su cargo y se dedica a bailarle el agua al bloque que puede inclinar el voto a su favor. En ningún momento se comportó como un árbitro, o más bien se comportó como aquel árbitro famoso que en un partido en Madrid bajó al vestuario del equipo contrario y amenazó a los jugadores diciéndoles que si ganaban iban presos. Su aparición en la reunión del ALBA fue, por lo menos, inoportuna. Su amenaza de llegar a Tegucigalpa con el depuesto, fue destemplada. Todos sabemos que la OEA es un sindicato de gobiernos, que tiene una Corte Interamericana de Derechos Humanos como fachada encubridora a quien nadie le hace el más mínimo caso, pero un poco de disimulo nunca viene mal a la diplomacia y en este caso su ausencia ha sido tan descarada que el árbitro ha tenido que retirarse antes de terminar el partido. La aparición de Oscar Arias como intermediario propiciador de conversaciones, es la demostración manifiesta del descalabro de la OEA.

LOS ULTRA SUR:

Todos los equipos tienen un grupo de aficionados “ultras”, gamberros, hooligans, skinheads, neonazis, agresivos y camorreros. En este caso, además, encabezado por el propio entrenador. Me refiero a los “cabeza rapadas” del Alba. El espectáculo que han dado estos chicos ha sido la parte más surrealista de esta historieta. Si no fuera porque el futuro inmediato del pueblo hondureño está en juego, y porque ya hay al menos un muerto, la actuación de estos personajes habría convertido lo de Honduras en un sainete. Ver a Chávez pidiendo a Obama la intervención militar en Honduras, y si no él se encargaría de hacerlo (se refería obviamente a los nicaragüenses que lo harían por mampuesto) en nombre de la soberanía; ver a Raúl Castro pedir libertad y democracia para el pueblo de Honduras; ver a todos ellos pedir el bloqueo económico de un país empobrecido. Claro que nada de eso es nuevo. Chávez se harta todos los días de exigir respeto a “su” soberanía, mientras se inmiscuye en la política interna de todos los países del continente; Raúl Castro exigía su readmisión en la OEA, y cuando la aceptan la rechaza; piden a gritos el final, por otra parte deseable, del bloqueo de Cuba, cuya posibilidad al parecer tiene muy preocupado a Fidel pues dejaría al desnudo el fracaso del sistema, y piden el bloqueo de Honduras. Y todo eso ante la mirada impertérrita de Insulza. Parafraseando a Pirandello, son todos unos personajes en busca de autor, que, con Gabo retirado, nos deleitase metiéndolos a todos en una jaula de locos en cualquier Macondo caribeño.

No se sabe quién se comerá los tamales navideños como presidente de Honduras, pero, como dicen Les Luthiers, “Lo que nace pa’tamal, nunca ta’bien.”

martes, 16 de junio de 2009

SONRISAS DE MUJER

Hoy me toca a mí. Es decir, va de reflexión introspectiva. Ya habrá tiempo, de curas, sexo, fútbol, política y otros disparates. Hoy quiero preguntarme qué pasa con mi novela. Pienso que todos, o una gran mayoría, de los que siempre pensamos que la pluma era una bellísima herramienta que servía para muchas más cosas que simplemente firmar un cheque, y que el teclado de hoy, a la hora de escribir, sirve para las mismas cosas que la pluma, sólo que te ahorra la goma y el tachón, tenemos alguna novela en la cabeza, en el baúl o en la imprenta. O cuentos, o poemas, o guiones. Yo tengo una novela en el baúl, en este mismo disco duro. O una parte importante de ella. Cuando se escribe, aunque sea el examen escrito sobre la teoría de la transposición del sentido semántico en San Agustín, la ley de bronce de los salarios de Carlos Marx, o sobre la dualidad onda-partícula en la física cuántica, uno se vuelca inconscientemente y hay una parte de ese yo escondido tras la semántica, los salarios o las partículas. Si esto es cierto, y desde el momento que lo he dicho ya lo estoy dudando, se justificaría absolutamente que en la novela se trasvasara mucha vivencia personal. Vivencia diacrónica, a lo largo de tu propia biografía. En la poesía esa vivencia es más sincrónica, es como hablar de lo que sientes en ese momento. Claro, no es como piensan muchos: verter capítulos de tu propia vida, sino experiencias de ella. Por eso, mi novela “la novela” tenía, tiene, no ya un eje, sino un cigüeñal trasmisor compuesto de los elementos que me han conformado: amor, lucha, aventura, cultura. Pero necesitaba un crisol donde fundir esos materiales, una enzima que los estimulase y pensé que como Petrarca, con Laura, Dante con Beatriz, o Quevedo con Lisi, Flora, o Filis, tenía que enamorarme de mi personaje para sentir esa historia de amor. Tenía la trama: una línea de antepasados familares, con gobernador en Córcega, participación en la revuelta florentina y gobernador de Margarita. Perfecto: una novela con personajes que viven su novela en épocas distintas con el mismo hilo conductor. Escenarios: la Florencia manierista, la Margarita de la primera colonización, la Florencia de hoy, la Barcelona de siempre, la Venezuela desestructurada de hoy. Pero necesitaba ese hilo conductor, lo busqué y lo encontré: una mujer, mi amor por esa mujer. El amor de mi personaje por esa mujer. Lucrezia Pucci Panciatichi. Un retrato sublime de Il Bronzino. Pero tenía que enamorarme de ella para transmitir esa pasión a mi personaje y me puse manos a la obra. Ni más ni menos que Petrarca, Quevedo, o el propio Neruda, que también jugó con esos trucos. Yo sé que muchos hombres dirán al leer esto que soy un cínico, pero sin negarlo ni afirmarlo, lo sostendré a efectos argumentales: lo primero que me atrae de una mujer es su sonrisa. La sonrisa de La Gioconda, su enigma, que para mí es un simple enigma técnico, el del genio de Leonardo que manipula nuestra visión directa y la periférica con el trompe l’oeil de la boca de la Madonna Lisa, Lisa Gherardini. Más allá del virtuososmo técnico, esa sonrisa siempre me pareció forzada, ritual, educada: “Muy agradecida. ¿Y usted, ¿cómo está?”. Una sonrisa horizontal, aunque, según las malas lenguas, parece que a Leonardo le atrajo más la sonrisa vertical de la esposa del rico comerciante Giocondo. Cuando descubrí, hace años, el retrato de Lucrezia, lo retuve en mi memoria, luego en mi disco duro y por fin lo saqué para enamorarme de ella y hacerla la heroína, malgré elle, de mi novela. Empecé a investigar el lenguaje oculto de los pintores manieristas: la sonrisa, el ropaje, la postura de las manos, el libro en la mano, el punto destino de la mirada, los otros accesorios, etc. La sonrisa de Lucrezia, a diferencia de la de la Gioconda, es más cómplice, te dice más cosas, te insinúa otras. Todo el trabajo estriba en descifrar el código y darle un sentido, luchando al mismo tiempo con la tentación de que tu deseo te lleve a identificar señales de amor, de promesas de futuro, cuando, tal vez, sólo hay un espejo enfrente. Ésa lucha me animó durante años y fue el motor de decenas y decenas de páginas. Y de pronto: el motor se paró. Y la novela se detuvo. En el momento en que mi personaje estaba a punto de aventurarse en la sonrisa vertical de Lucrezia, yo me di cuenta de que su sonrisa también era horizontal, como la de la Monna Lisa. Los amores suelen acabarse con una revelación así. O similar. Y así estoy desde hace meses buscando una sonrisa que me haga seguir. Hace unos días descubrí, pura observación empírica, que el secreto de la sonrisa de la mujer, es que no puede ser horizontal, tiene que ser envolvente, circular. Los 17 músculos que mueve la sonrisa, incluye los oculares, y por alguna inexplicable razón, para mí al menos, y por ahora, se acompasan con la apertura y cierre del iris, convirtiendo la sonrisa en una especie de diafragma fotográfico: circular, envolvente, irisado. De esa forma, como en el diafragma fotográgico, una lámina más que se abre, un músculo más que se contrae, deja entar más luz y se convierte, no en una sonrisa más luminosa, o sí, sino en otra sonrisa, en otra expresión, en otro mensaje. Ya deja de ser la sonrisa forzada y educada de la Monna Lisa, o la más cómplice de mi Lucrezia, sino que pasa a ser un código como el del abanico, o el de las manos. La sonrisa se esboza, se abre, inunda. Todo es un proceso circular que te indica, agradecimiento, comprensión, solidaridad, picardía, invitación, perplejidad, incredulidad, alegría, deseo. Pero como todo movimiento circular, cambia de dirección a los 180 grados y en esa marcha atrás puede transmitirte, dolor, hastío, desprecio, odio. Las sonrisas de la mujer. Tal vez por eso, porque es algo tan dinámico, tan inaprehensible más allá del momento, no pueda encontrar mi Sonrisa de Milo, mi Sonrisa de Samotracia, mi Marianne de las sonrisas republicanas, que me vuelva a hacer recuperar la ilusión perdida. Estoy al borde del divorcio de mi novela: o la dejo, o me acostumbro a convivir con ella, aunque la pasión haya desaparecido, la sonrisa sea las más de las veces estereotipada y sólo nos una el interés o la rutina. La verdad es que tampoco es un fenómeno tan nuevo para mí. Creo que lo superaré.