martes, 13 de marzo de 2012

MADRID I: MIS COSAS


Me encanta Madrid, la ciudad donde me crié y donde he vivido la mayor parte de mi vida. Pero Madrid es una ciudad contradictoria,  mesetaria y cosmopolita, como su gente, acogedora y chulesca. Es difícil encontrar madrileños de tres generaciones, tal vez por eso sea un crisol de los defectos y las virtudes nacionales, y hoy ya internacionales. Los madrileños desengancharon los caballos para tirar de la carroza de Fernando VII a su entrada en la capital, al grito ominoso de “¡Viva las cadenas!” y algo más de un siglo después dieron un ejemplo al mundo con la heroica defensa de Madrid, al grito de “¡No pasarán”! Esa chulería del madrileño de los sainetes de Arniches llegó al paroxismo con el matonismo fascista de los señoritos falangistas. Hoy ese talante navajero sólo se puede palpar, casi como una reliquia, en la presidenta de la Comunidad de Madrid y en el estadio Santiago Bernabéu. A los madrileños se les conoce desde el siglo XIX con el patronímico de “gatos”, por su afición a la vida nocturna y hacen gala de ello, ofreciendo una noche sin parangón, no ya en Europa, sino en el mundo, con una oferta de diversión y gastronomía impresionante. Para quienes vivimos en una ciudad cercada por la violencia y el miedo, Caracas, no Bagdad, pasear por Madrid en la madrugada desafiando el frío, no el secuestro, es una experiencia vivificadora. Quitando La Castellana y una parte de la calle de Alcalá, Madrid no tiene las anchuras de París, pero para muchos tiene las hechuras de Buenos Aires. Eso la hace más “paseable”. Los kilómetros que caminé en Madrid tuvieron un efecto compensatorio frente a los excesos gastronómicos navideños, dejando el engorde en cifras manejables. En este terreno, el gastronómico, tuve algunas frustraciones  y unas agradables sorpresas. Mi ya amigo, el chef venezolano Daniele Scelza, ha montado un restaurante, hace unos meses, cuyo concepto y ubicación de por sí constituyen un valiente reto. En los bajos de un edificio, creo que del siglo XVIII, si no del XVII, en la calle Amnistía, entre el Palacio de la Ópera y el palacio de Oriente, nada menos, el restaurante Lieu, con elegante decoración minimalista y capacidad para unas 50 personas, a ojo, y una barra coqueta, que ofrece una cocina de autor, corta y con productos de mercado, amorosamente cuidada en el detalle por Daniele, su creador, que sale del fogón, en este caso de la actualísima cocina, a la vista, como marcan los cánones de la moderna restauración, para atender a los comensales junto a su simpática esposa Marielena, y un equipo de eficientes, educados y atentos camareros. De las dos veces que estuve, recorriendo los aconsejados menúes largos y estrechos, recuerdo especialmente el falso ravioli transparente de tomate, la crema de calabaza con compota de manzana y crujiente de morcilla; el bacalao al horno con costra de pan, espinacas a la catalana y alioli; el magret de pato con salsa de naranja y puré de brócoli y unos extraordinarios postres, como el chocolate con aceite de oliva, tejas y granita de vino tinto, o el tocino de cielo helado con sopa de maracuyá y espuma de moscatel. Todo delicioso. A no olvidar la más que honesta cava con un centenar de etiquetas. Daniele, hasta pronto.  Pude comprobar que el consomé, las croquetas y el jerez de Lhardy siguen siendo únicos. Me descubrieron una simpática, popular  y concurridísima taberna gallega, la Maceiras,  en la calle Huertas, donde comí unas alubias, feixóns o xudías en gallego,  con almejas, absolutamente imperiales. Hicimos una gran mesa redonda alrededor de dos arroces en paella, uno de marisco y otro negro, en Los arroces de Segis. Excelentes, recomendables. Lo malo es que a mí los sitios tan grandes y con tanto personal me producen un poco de agarofobia. La Peque nos hizo un riquísimo pan de jamón y un sabrosísimo pan de salmón, ambos de hojaldre. Le he copiado la receta de este último, pero no me sale tan bien como a ella; debe ser la calidad del hojaldre. Mi prima Conchita nos hizo un rabo de toro, no ya difícil de olvidar, sino un recuerdo gustativo que todavía evoco. Y tengo que hacer una mención especial, con honores de fanfarria, al pulpo y el cordero de Maribel en Nochebuena y a los vinos de Carlos Javier.  Las decepciones fueron especialmente el no haber comido un cocido, me recomendaron uno en El Escorial, creo que El Charolés, pero como todos los sitios de moda en Madrid hay que hacer reservaciones, de todas maneras, este fallo es imperdonable. Tampoco pude encontrar percebes decentes. El consumismo navideño arrasó con ellos, a pesar de que llegaron a los 400 euros el kilo. La mala programación del tiempo nos impidió también hacer dos visitas obligadas a los mercados de San Antón y el de San Miguel, sobre todo a este último, para comer ostras de Arcachon o de Arcade, que tanto monta, monta tanto, con champán francés, o con cava catalán. Y, por último, como los turistas mayameros de los años setenta, los de “ta barato, dame dos”, compramos y compramos compulsivamente, con y sin rebajas, ropa, tabletas, celulares, cosas de casa, libros y más libros y maletas para traer todo. Venezuela es un país peligroso, surrealista, sin libertades, desabastecido y carísimo. Los precios nos parecían un regalo al cambio del euro subvencionado, y sencillamente más baratos a euro libre. Siempre nos quedará Madrid.

jueves, 23 de febrero de 2012

BARCELONA


¡Qué le voy a hacer si yo... nací en el Mediterráneo...! Sí,  y a poca distancia de donde nació Serrat, casi al mismo tiempo. Tal vez por eso esa sea mi canción favorita y por lo que cada vez que voy a Barcelona siento que mi ciclo vital debería cerrase donde empezó, como un círculo virtuoso. Barcelona me espera. Por eso no puedo ser objetivo, ni lo pretendo. Barcelona se convirtió a principìos del siglo XX en una ciudadpreciosa y hoy es una ciudad espectacular. La ciudad gótica, la de la Ribera, la Catedral, la de Santa María del Mar, la del Consell del Cent, del Borne, dela Boquería, la Rambla; la ciudad burguesa del Ensanche, del Passeig de Gràcia, de la Diagonal, la ciudad industrial que se proyectó al futuro, a la ciudad de servicios, con los Juegos Olímpicos del 1992, abriéndose definitivamente al mar; la ciudad del arte, del modernismo, de Gaudí, la ciudad del puerto, de la Barceloneta, de su oferta gastronómica, de sus champanerías, de la sombra de Ferrán Adriá, del Liceu y el Palau de la Música, la Barcelona de Tàpies, de Picasso y de Miró. Barcelona tiene algo de Milán, de Roma, de Bologna, de Ferrara y hasta de París, con la mejor gastronomía del mundo... y frente al mar.
Estuvimos cuatro intensos días en Barcelona acompañando a Noela en una especie de journey iniciático, que quería mostrar, emocionada y nostálgicamente, a su hija Clara algunos escenarios de una época de su juventud. La experiencia valio la pena. Para todos.  Entre miles de japoneses, rusos, alemanes e italianos, disfrutamos de un clima casi primaveral, que nos permitió recorrer interminablemente los sitios más emblemáticos, algunos, incluso, por primera vez, como la basílica de Santa María del Mar, azuzado, lo reconozco, por la lectura de la bonita novela de Ildefonso Falcones, La catedral del mar. Me impresionó su belleza austera, su espigada espiritualidad, en contraste con la rechonchez plutocrática del San Pedro romano que acababa de revisitar.  Avisado por mi amigo Daniele, el chef venezolano, nos instalamos todas las mañanas en el bar Pinotxo, de la Boquería, a desayunar con tenedor y cuchara... y cava.  Joan, su emblemático propietario, que me dedicó cariñosamente su libro de recetas, nos hacía iniciar el día a base de tortilla de espinacas, pulpitos con alubias, garbanzos guisados, gamba roja, etc. Descubrí en la Barceloneta un restaurante absolutamente recomendable, el Port Vell, con una cocina honesta y abundante y un rape suculento. Los pinchos del Txapela en el Paseo de Gracia, son otro imperdible. Lástima que no tuve tiempo, las reservaciones son de semanas, de ir al nuevo templo de los pinchos, el Ticket, de Ferrán Adriá, en Poble Sec. Pero sí me tropecé con Ferrán en la Rambla una tarde, lo abordé, lo saludé, charlamos un momento y me faltó la rapidez, o la costumbre, de sacar el teléfono para fotografiarme con él. Tuve mi experiencia mística en el Nou Camp, cuyo Museo  todavía no conocía y se me puso la carne de gallina saliendo al campo por el túnel de vestuarios, mientras sonaba el himno del Barça. Me volví a asombrar del genio de Gaudí en el Parque Güell y en la Pedrera.  Husmeamos y compramos en el mercadillo de antigüedades de la Plaza de la Catedral y caminamos una y otra vez, incansablemente, por las callejas del barrio gótico, Porta Ferrissa abajo y arriba, a izquierda y a derecha, deteniéndonos, de pronto, para oír a unos improvisados tenores. No se podía hacer más en cuatro días. Cenamos  en el Puerto Olímpico con algunos queridos primos hermanos a los que no veía desde hacía décadas, muchas. Faltaron algunos, uno, César, murió la semana pasada. Quedamos en volver a vernos en junio. Barcelona m’ espera.  Tornarem aviat.

domingo, 12 de febrero de 2012

PRIMARIAS


No tengo más remedio que interrumpir mis crónicas viajeras, las reanudaré mañana, para dedicarle una reflexión a un acontecimiento histórico que se ha dado hoy en Venezuela. El no hacerlo habría sido frivolidad o complicidad dolosa. Me refiero a las Primarias de la oposición. Tal vez por mi formación en la clandestinidad y en el “centralismo democrático”, las primarias abiertas no son una de mis opciones preelectorales favoritas, y, en el caso venezolano, donde el objetivo es acabar con un régimen, no reemplazar un Gobierno, una solución a la chilena, un acuerdo interpartidos, me habría parecido más sensato, y así lo he manifestado siempre, pues se trata de encontrar, no al mejor, sino al que pueda derrotar al Régimen, al menos en este primer embate. Dicho esto, y dado por supuesto que no soy portador de la verdad única, el proceso de las Primarias se ha desarrollado con un éxito sin precedentes y por lo tanto sorprendente y con unas consecuencias que en estas primeras horas son difíciles de aventurar. Basándose en los datos antecedentes, tanto del país como de otros países, se calculó por parte de la Mesa de la Unidad Democrática que una participación del 10% del padrón electoral, cifra tradicional en Estados Unidos con una larga tradición de primarias, la mayor del mundo, constituiría un éxito de gran resonancia. De acuerdo con esas previsiones se estableció la logística en lo referente, sobre todo, al número de centros electorales, mesas y máquinas de votación, en aras, también de abaratar los costos del proceso. La hora del cierre de las mesas de los colegios electorales era las 4 de la tarde y a las 7 casi el 30% seguían abiertas por las largas colas de votantes esperando sufragar. La enorme participación. tres millones de votos, más del 15% del censo,  ha roto las previsiones logísticas y ha sido la causa de la demora del proceso. A estas alturas se pueden hacer dos lecturas del fenómeno: una que a pesar del miedo, miedo real por parte de los millones de funcionarios, maestros, trabajadores y vecinos de barrios y pueblos controlados por los grupos paramilitares del régimen, a ser denunciados si se les veía en las colas de votantes, entre otros temores, la oposición ha mostrado el músculo suficiente para acabar con el Régimen en las presidenciales de octubre; y otra, que el anhelo de acabar con el Régimen es tan grande en la oposición que se ha volcado hoy en las urnas y ha sido su canto del cisne, o que ha rozado su techo. Los próximos meses con la campaña electoral que se avecina y cómo la afronte el candidato de la oposición y sus asesores, las encuestas nos lo dirán. Pase lo que pase de ahora en adelante, lo que ya no admite duda es que la jornada de hoy es un hito para este pueblo y ha confirmado su vocación democrática. Y, por qué no decirlo, se intuye el escalofrío que sacude en este momento el espinazo del Régimen. El tercer factor a considerar es el candidato ganador, Henrique Capriles Radonski, ganador, además, por goleada, como anunciaban las encuestas. Mis allegados saben que el Gobernador no goza de mi simpatía especialmente, pero a quien tiene que caer bien el 7 de octubre es a ese 5 a 10% de votantes indecisos o posibles desertores de las urnas chavistas, no a mí. ¿Con su discurso distante, comedido, a veces incluso timorato y a veces confuso, será capaz de enamorar a esos votantes?  ¿Tendrá que inyectarse botox en el entrecejo para barrer ese gesto de permanente enfado? Lo importante, repito, no es que sea el mejor sino el que pueda derrotar a Chávez. La candidata mejor preparada, sin duda, era María Corina Machado y por lo que le oí recientemente la única que apuntó algo inteligente sobre el futuro petrolero del país, entre la general mediocridad de los otros candidatos. Pero también era la más vulnerable ante Chávez. Y el elector lo sabía, por eso no ha pasado del 4% de los votos. Por eso la quería Chávez de contrincante. Posiblemente el candidato con más brazo para batirse con él, fuese Pablo Pérez, pero ha sido víctima, creo yo, de planteamientos regionalistas  de los electores y de una mala campaña por su parte, que le ha dejado con casi un 30% de votos, abriéndole las puertas como candidato de futuro. Los otros dos, como estaba previsto, han sacado casi la mitad de los votos nulos, entre los dos. Puros teloneros. Por primera vez en muchos años, trece, se ve al Régimen desconcertado, medio sonado por este directo a la mandíbula que le ha propinado la oposición. ¿Será capaz Henrique Capriles de noquearlo dentro de escasos ocho meses? La solución a la vuelta de la esquina. Mi deseo, que así sea.  

sábado, 28 de enero de 2012

FLORENCIA


                                 

Mi amor por Florencia viene de lejos. Viví en Italia, viajé varias veces a Italia, pero nunca fui a Florencia, por eso mi amor era  más parecido al de Petrarca por Laura y Dante por Beatrice, casi inventado, una necesidad estética. Tanto, que una de mis novelas inacabadas se desarrolla allí; la recorrí mil veces calle a calle, monumento a monumento, en mi imaginación, en libros y en internet. Por eso esta vez dedicamos uno de los tres días del viaje italiano a conocernos, por fin. Cuando el taxi que habíamos tomado en la estación nos dejó a dos cuadras del Ponte Vecchio, sentí una justificada sensación de dèja vu que ya no me abandonaría en todo el día. A partir de ese momento me convertí en el guía local de Carlota que a duras penas creía que era mi primera visita a Florencia. Caminé con un respeto casi religioso por el Ponte Vecchio en ambas direcciones. El puente romano de madera, reconstruido en piedra a mediados del XIV, une el lungoarno con el oltrearno, las dos orillas del Arno, o la Florencia del Palazzo Vecchio con la del Palazzo Pitti. Las joyerías del puente no me llamaron la atención, el puente era el protagonista, no las joyerías. Como curiosidad anacrónica, en un saliente en mitad del corredor de Vassari, casi frente al busto de Benvenuto Cellini,  se desarrollaba una competencia de golf, lanzando pelotas en potentes drives a tres islotes con su correspondiente green, anclados en el río para este menester. Fui derecho y con paso largo a la Galería degli Uffizi. Paladeé despacio, muy despacio, las salas del trecento sienés y florentino. Más Giotto de los que había visto en láminas en toda mi vida; el impresionante Árbol de la Vida de Pacino de Buonaguida, los Daddi, los dos; las modernas santa Inés y santa Domitila de  Andrea Bonaiuti; los maravillosos relatos en secuencia de Ambrogio Lorenzetti; la apoteosis del final del gótico de Lorenzo Monaco, con una Escena de la vida de San Onofre casi daliniano.  Pero  al entrar en las salas del Cuattrocento y verme rodeado de tal cantidad de Botticelli sentí un nudo en la garganta. Los Massaccio, los Fra Angelico, los Filippo Lippi, los increibles retratos de Andrea de Castagno, los Verrocchio, los Leonardo,  ese Filippino Lippi y Pietro Perugi, el Descendimiento de la Cruz, que parece un moderno poster cinematográfico; la precursora Venus de Lorenzo di Credi, anunciando lo que sería la pintura quinientos años después, pero sobre todo, Boticcelli, el Nacimiento de Venus, Pallas y el centauro y la sorprendente Primavera, el resumen del Renacimiento.  Pero mi meta principal era otra y estaba ya cerca: il Bronzino. Me sobresalté al ver que no estaba en la sala donde debía estar y me tranquilizó un empleado del museo diciéndome que esas salas estaban en obras y los cuadros habían sido trasladados a otra. Aceleré el paso obviando algunas salas que en otras circunstancias habrían merecido otro trato por mi parte. Por fin la tuve frente a mí, por primera vez en mi vida, después de haberla deseado durante años, Lucrezia Panciatichi, el retrato sublime de Agnolo Bronzino, mi novela, mi sueño. La admiré durante interminables minutos, me fotografié con ella y le prometí volver. Uno siempre ha amado, entre tantas mujeres, a muchas que no ha podido tener y a otras tantas que siempre supo que no tendría nunca y a otras que el no tenerlas era la garantía de seguir amándolas. Lucrezia es la más inaccesible, la más deseada. En el bar de la terraza de los Uffizzi, bajo la torre de Arnolfo del Palazzo Vecchio,  reviví el arranque de mi novela, tomándome un campari, en una soleada y fría mañana toscana, junto a Carlota-Lucrezia. Nos sentamos, cansados y estupefactos, en el suelo de la plaza de la Signoria, frente a la Loggia dei Lanzi, contemplando ese museo al aire libre: los Miguel Ángel, los Donatello, al alcance de tu mano, tocándolos, acariciándolos. La vía central de la Florencia medieval, la ciudad de los gremios, era la de los zapateros. Hoy, la via dei Calzaiuoli,  como entonces, está llena de zapaterías, no ya artesanales, sino comerciales, pero con toda la oferta de los atractivos zapatos italianos y, como dice, Woody Allen, lo que hay que hacer ante una buena tentación es caer en ella.  Una visita al sorprendente Duomo, la catedral de Santa Maria del Fiore, con la maravillosa cúpula de Brunelleschi. Un odioso funcionario y 8 euros me hicieron desistir del ascenso a escalera limpia a la cúpula. Hoy me arrepiento. Frente al Duomo, el Baptisterio, ese octógono que dicen ser el templo más antiguo de la ciudad, todo en mármol de Carrara y con la participación de Giotto. La leyenda asegura que la primitiva iglesia fue un regalo que la reina de los lombardos, Theolinda, le hizo a su marido Authari,  en el año seiscientos y poco, por haberse convertido al cristianismo. Hoy le habría regalado un IPad por haberla dejado en paz unas vacaciones. Más pequeño, pero más útil. No podía dejar Florencia, y seguir la trana novelesca, sin acudir a un conocido restaurante para comer la famosísima “bistecca fiorentina”. Decepcionante. Una chuleta de buey gallego o un bife de chorizo argentino, harían renunciar a la bistecca a todos sus títulos. Menos mal que la abundante y buena grappa que acompañó al café me compensó de la existencial, ¿o cultural?,  desilusión. De vuelta a la estación, nos tropezamos con una numerosísima manifestación de inmigrantes negros, partidos de izquierda y oenegés, protestando por el asesinato de un senegalés. Indignado ante tal muestra de criminal racismo, me uní durante cinco minutos a la marcha. Mi cuota de solidaridad e izquierdismo, tanto tiempo marginada, tuvo su momento de protagonismo. Y me ayudó a digerir.
Firenze, amantes para siempre. volveré a ti.

miércoles, 18 de enero de 2012

ROMA

Los romanos sí que saben
                                  

No se asusten, no pretendo en esta nueva andadura reconvertir este blog en un blog de viajes. Si bien es un género que desde Pausanias en la antigua Grecia ha tenido siempre una gran aceptación, la crónica de viajes nunca me ha llamado, pues nunca he sido un viajero de oficio, sino un viajero instrumental.  Pero como acabo de estar de vacaciones viajeras, las primeras en dos años, y es lo que tengo más a mano y me apetece más comentar, voy a ampliar los 140 caracteres con los que ya referí mis andanzas en su momento.

Hacía muchos años que no estaba en Roma y la he encontrado como siempre, como una bella amante hierática pero complaciente. Pero esta vez con un sarpullido molesto: miles de turistas codeándose con miles de romanos en apuradas carreras prenavideñas. Hasta el ministro venezolano responsable máximo de la riqueza de su país, el petróleo, el Sr. Ramírez, seguro de pasar inadvertido, se confundía con su familia entre los turistas que disfrutaban de un benigno invierno romano.  En dos días, aprecié pocos cambios en la ciudad. La estación Termini, cerca de donde me alojé, lugar estratégico de Roma para una estancia de estas características, está renovada y con un gran lujo en comercios y facilidades de transporte. A la entrada a la derecha hay una cafetería, V y TA,  con desayunos impecables. No conocía el Metro, aunque con sólo dos líneas y cerrando a las 9 de la noche, hace que el caminar y el autobús, mal señalizado, sigan siendo imprescindibles.  Compré un Roma Pass para abaratar mis viajes en Metro, pero, jugarretas de Murphy, se declaró una huelga de transporte que me obligó a moverme en el autobús del City Tour y en taxi. Aparte de eso, los eternos trabajos de recuperación de la memoria arquitectónica imperial en el Foro Romano, el Foro Trajano y el nuevo y gigantesco circo. Ojalá la crisis no paralice estos trabajos. En dos días repetí pasos ya dados y di otros nuevos. Pateé el Palatino y el Foro Romano, subí por primera vez los 146 escalones y el ascensor del Monumento de Vittorio Emanuele, il pasticcio, o the wedding pie, para ver Roma desde las alturas; admiré de nuevo el Palazzo Venezia y recreé en mi imaginación la escena del payaso de Mussolini en el balcón, estrenando uniforme confeccionado para la ocasión, anunciando la conquista de la “poderosa” Etiopía, tres días antes, diciendo: “Da oggi l’ Italia a il suo Impero”. Recordé mi primera luna de miel a pocos pasos de allí. Recorrí un par de veces la Via del Corso y la Via Condotti, tomando el obligado café en el Café Greco, viendo sus tiendas de lujo y sintiéndome decepcionado por Gucci después de tantos años. Me senté en la escalinata de la Piazza di Spagna, frente a la Embajada de España ante el Vaticano y su histórico y jocoso cañón; me fotografié en la Fontana di Trevi, repleta de turistas y de improvisados y tramposos fotógrafos de Sri Lanka. ¿Qué coño pintan en Roma tantos cingaleses, paquistaníes y otras hierbas haciendo malabares? Me tomé un vino en una terraza de la Piazza Navona irreconocible y casi intransitable por los puestos navideños. Intenté revivir, sin éxito, los recuerdos de la alegría de la antigua movida en Campo de Fiori. Transité una muerta Via Venetto, decididamente una calle primaveral o veraniega. Noblesse oblige, no tuve más remedio que acompañar en la visita a San Pedro, que siempre me ha parecido una obscena demostración del poder de la Iglesia que me produce desasosiego y arcadas, no precisamente góticas. Un recinto de un barroco cursi, sobrecargado y relamido, repleto de curitas, monjitas y otras hierbas, y japoneses, deleitándose delante de los pomposos sarcófagos de delincuentes históricos como Alejandro VI, el papa Borgia asesino e incestuoso. Visité una vez más el museo vaticano, en el que ahora hay kioscos de souvenirs cada 50 metros, sólo por el placer de descansar escudriñando los detalles de la Capilla Sixtina.  Me emocioné delante de la imponencia del castillo de Sant’Angelo, cruzando el Tiber por su puente  viejo y callejeando por el Trastevere para comer en una taberna una buena pasta regada con Barolo y rematada con una grappa abundante y divina, lo único divino que circunda el Vaticano.

Me encantó reencontrarme con una Roma a la que hay que seguir mirando hacia arriba para embelesarse con su grandeza monumental, porque si miras frente a ti, sólo ves japoneses, rusos e italianos circunspectos que saben o intuyen lo que se les viene encima. Mujeres bellas y elegantes emparejadas con hombres con pantalones de pescador y pelo de Tintín. Claro, Roma no es Milán.  ¿Se puede mirar hacia abajo? Sí, en la mesa, y deleitarse. 

viernes, 6 de enero de 2012


DE VUELTA

En mi vida me he tomado varios períodos sabáticos, algunos forzosos, de necesario descanso y crecimiento, pero, como bloguero, me he tomado un año y medio más lunático que sabático, pues me he dedicado a trabajar febrilmente para levantar un nuevo proyecto que me permitiese poder volver a escribir con más tranquilidad. Y heme aquí de nuevo. Todavía no sé si conservar el antiguo formato, lo que sería un “Decíamos ayer…”, o cambiar de piel para evocar un supuesto renacimiento. Ya veré. En este año y medio he ampliado mi campo tecnológico: notebook, IPad, Android; he ampliado mis intereses de conocimiento: el paréntesis darwiniano, la Elysia clhorotica, la epigenética, el desaprender; engordé y adelgacé; enfermé y sané; disfruté con el buen Barça y con el buen vino; disfruté con las palabras y con mis seres queridos; conocí personas de un valor precioso y mujeres preciosas; envejecí dieciocho meses e incrementé mi experiencia vital en otros tantos; transformé la realidad y ella me transformó a mí. He vivido. Y como sigo viviendo, seguiré escribiendo y aquí estoy otra vez, tecla en ristre, dispuesto a seguir comentando lo que me parezca, lo que me rodea y lo que me es lejano, lo que me divierta, que, además, resulta que también divierte y gusta a algunos amigos y anónimos benévolos. Así que, sin más ceremonias ni tedeums, mi blog queda reinaugurado. A más ver. 

LUIS ROBERTS 
@luisroberts