domingo, 11 de enero de 2009

EL ATEOBÚS

El Bus Ateo o Ateobús, es lo más divertido en materia religiosa, después de la tetera de Sir Bertrand Rusell, que he visto en los últimos años. Sé que mucha gente pensará que éste es un tema demasiado serio para tomárselo a broma, pero precisamente porque a mí me parece un tema muy serio prefiero tomármelo a broma. La tetera y el autobús vienen de Inglaterra, el único sitio donde se usa el humor para enfrentar cosas serias. Bueno, el único no, pues también mis paisanos de Barcelona,  usan brillantemente el sentido del humor, como acaban de demostrar siguiendo el ejemplo inglés. 
El teísmo lleva unos 30.000 años, año arriba año abajo, defendiendo sus bondades, en una campaña publicitaria directa y agresiva, que se ha hecho obsesiva y monótona desde hace 1.700 años, con el invento aburridísimo del monoteísmo. No incluyo, obviamente, el ensayo que protagonizara hace 3.500 años el hidrocefálico Akenatón, que fracasó por inmaduro y prematuro y del que el vulgo conoce frívolamente, vulgo es vulgo, la belleza inmortal de su esposa Nefertiti, y no sus pasiones monoteístas. Parece pues, que el ateismo sale del armario y pretende ingenuamente contrarrestar la campaña teísta, con un soporte publicitario barato, popular y original: anunciarse en los autobuses. El eslogan que adorna desde el 5 de enero dos autobuses de líneas urbanas en Barcelona, traducción exacta del que se paseó por Londres,  es el siguiente: PROBABLEMENTE DIOS NO EXISTE. DEJA DE PREOCUPARTE Y DISFRUTA LA VIDA. Al parecer, una campaña similar se va a iniciar en Madrid, donde un grupo evangélico ha anunciado replicar con otros autobuses en los que se lea, más o menos, que Dios sí existe, goza la vida con Cristo. Mensaje, por lo menos, confuso. ¿Estamos ante una nueva guerra de religión esta vez mediática? ¿Será que la nueva batalla filosófico-teológica se enmarcará en la carrocería de los autobuses de transporte urbano? Por lo menos, seguiría la tendencia de los tiempos y fiaría en la eficacia de la publicidad la venta de sus productos.  Probablemente por ese motivo, por buscar la eficacia del mensaje, por convertir en objetivo el incitar al consumo de un producto, el de disfrutar de la vida sin alienación religiosa, se plantee la pregunta inicial, y no se haga una aseveración contundente que podría escandalizar al posible consumidor. No creo por lo tanto que se trate de que el escepticismo se haya colado de rondón en las filas del ateísmo, como algunos ateos de pro han alertado, sino por mera táctica publicitaria.  No se trata de iniciar un debate filosófico, sino de eslóganes publicitarios. Tal vez sea una forma moderna e incruenta de las guerras de religión, o de cualquier guerra. Cuánta sangre se habría ahorrado la humanidad si se hubieran dirimido a golpe de valla publicitaria las diferencias entre la cruz y la media luna, la esvástica y la estrella de David, la cruz y la estrella de David, la estrella de David y la media luna, y los papistas contra todos: waldianos, cátaros, luteranos, calvinistas, hugonotes, baptistas, etc.  Qué fácil habría sido que los güelfos en la Florencia del siglo XIII pasearan por sus concurridas calles carretas con sábanas extendidas en las que se hubiera escrito: “Gibelinos, impíos, viva el poder de la Iglesia". Cruzándose con otras carretas propiedad de los gibelinos, cuyas sábanas rezaran: “So güelfos, papistas vergonzantes, viva la nobleza”.  Si se abre la veda de la guerra de la publicidad autobusera, pronto veremos por las calles del mundo cruces de mensajes más o menos agresivos: “Maripili, estás más buena que el pan”; “Carlitos, si te acercas a mi hija te mato.”
Pero no, no habrá guerra de religión en los autobuses, sería demasiado desigual, apabullante. No se trata más que de una pirueta, un escorzo, un adorno por alto, de un grupo inteligente con sentido del humor. La inmensa mayoría de la humanidad es teísta, necesita serlo, y los ateos sabemos, al menos los inteligentes,  que es lógico que así sea. 
Mi tía Conchita, a sus ya pletóricos 94 años, asimiló con sabia naturalidad el ver por las calles parejas homosexuales haciéndose arrumacos: “Si se quieren, ¿por qué no?”, dice con una sencillez posmoderna, pero dudo que su corazón soportase un bombardeo publicitario que le anunciase que Dios ya no existe. Tanta modernidad sería superior a sus posibilidades. 
Yo, en cualquier caso, me quedo con el mensaje epicúreo de la campaña y desde este blog pido a todos que no nos preocupemos, al menos por eso, y disfrutemos de la vida.