domingo, 18 de enero de 2009

No son cuadros, son platos de Ferrán Adriá


LOS RELOJES BLANDOS

El 23 de enero se cumplen 20 años de la muerte de Salvador Dalí. Vayan pues estas líneas como homenaje y desagravio personal a ese gran pintor. Lo peor del torbellino político es que engulle todo lo que pilla a su paso, impidiendo diferenciar al personaje del artista, como una sutileza innecesaria. Y la animadversión hacia el Dalí  personaje nos prohibió a muchos admirar al Dalí artista genial. Aún recuerdo en mi infancia cómo en la estrecha carretera que serpenteaba la Costa Brava, a medida que uno se acercaba a territorio daliniano, al Port Lligat donde residía, se multiplicaban las rocas pintadas en blanco con el nombre prohibido de Picasso.  Obviamente, aquello no era una bandería pictórica sino política. Para combatir la represión censora de la dictadura franquista, los mensajes de protesta política se metonimizaban y metonimia, o sinécdoque, era ponerse al lado de Picasso frente al franquista Dalí, como abuchear en los campos de fútbol al franquista Real Madrid.  Dalí creó un personaje surrealista para mercadear su obra surrealista. Mi tía Conchita, con un gracioso aragonesismo, dice que era "un poca sustancia". El admirador inicial de Breton se hizo franquista, el inseparable amigo de Buñuel y García Lorca defendía la monarquía imperial, el autor de “La profanación de la hostia” se declaraba católico, apostólico y romano. Muchos dicen que todo era obra de la maquinación de esa extraña e inteligente mujer que era Gala, su única mujer conocida, su musa, su virgen de Port Lligat, que desde un principio compartió la confusa sexualidad del pintor, el autor de "El gran masturbador". Pero visto ya con perspectiva, el personaje Dalí es más pintoresco que otra cosa, casi anecdótico, pero su obra, la de un gran pintor y un dibujante de la categoría de Durero, permanece y trascenderá. 
Para conmemorar este aniversario, se va a exponer por primera vez en España y en el museo de su natal Figueres, el famoso cuadro pintado en 1931 y titulado “La persistencia de la memoria”, propiedad del MOMA desde 1934. Como ocurre con tantos cuadros y tantos poemas, el nombre con el que la gente conoce este cuadro es otro, es el de “Los relojes blandos”. La leyenda, como bien recoge Natalia Iglesias en El País, dice que una vez que Dalí comió ese delicioso queso que es el camembert, filosofó sobre las estructuras blandas y las duras y eso le inspiró su famoso cuadro.  Nada más parecido a un camembert que los relojes blandos. Claro que hay que ser un genio surrealista para que un queso camembert te inspire un reloj blando, o algo por el estilo.
Parece paradójico, pero no lo es, lo que para Dalí representaba la persistencia de la memoria, para la mayoría son los relojes blandos. Eso pasa con la memoria histórica que tantos se empeñan en convertir en relojes blandos, atemporales, yacentes, puro queso que era duro sólo en el pasado, pero que ahora es sólo memoria fofa.
Recuerdo que mi maestro, el gran José Luis Sampedro, nos decía en su clase que la estructura económica era como la tortilla de patatas: todo estaba interconectado, interrelacionado, todo adquiría sentido sólo en relación al resto. La estructura económica nos la visualizaba como una tortilla de patatas y nos parecía, y me sigue pareciendo, una metáfora didáctica y justa.
Ferrán Adriá, el genio de El Bulli, desestructuró, deconstruyó, la tortilla de patatas en uno de sus más famosos platos de la cocina molecular. Se anticipó en unos años, pues estamos asistiendo a la desestructuración de la economía y desgraciadamente no tenemos a un Dalí que nos pinte una tortilla de patatas blanda descolgándose por la fachada del New York Stock Exchange