sábado, 6 de marzo de 2010

VENEZUELA SURREALISTA



Antes de llegar a esta Tierra de Gracia, como la calificó Colón, el surrealismo era para mí una referencia cultural, literaria y pictórica, en la que el dadaísmo de Tristan Tzara, las Tetas de Tiresia de Apollinaire, el Manifiesto Surrealista de André Breton, junto a los Louis Aragon, Paul Éluard, Luis Buñuel, Salvador Dalí, etc., tenían su correspondiente casillero, que sólo se abría a hurtadillas, por temor a ser anatemizado como trotskysta por la Iglesia Comunista de la que uno era feligrés. Cuando descubrí el genio de lo “real maravilloso” de Alejo Carpentier, el de ¡Écue-Yamba-O!, Los pasos perdidos, escrita en Venezuela, por cierto, pero también de El recurso del método, y posteriormente el “realismo mágico” del Gabriel García Márquez de Cien años de Soledad y el Amor en los tiempos del cólera, se me abrió un mundo de infinitas posibilidades que ya nunca me abandonaría. Aun así, la gris mediocridad de la España franquista me condicionaba de tal forma que, desde la lejanía de la triste Europa, siempre imaginé que Alejo y Gabo eran unos grandes creadores de fantasías surrealistas. La vida cotidiana no daba para mucho realismo mágico. Por eso creía, creíamos todos en Europa, que lo de Gabo era pura fantasía. Hasta que vine a esta tierra de gracia, vaya gracia que tiene esta tierra, y el pobre Gabo se quedó pendejo. Todo lo que a uno le cuenten de lo que pasa, ha pasado o puede pasar en Venezuela, es posible por descabellado que parezca. Recuerdo un accidente de una avioneta que había caído cerca de un pueblecito en el Estado Bolívar y el único camión cisterna que tenían disponible los bomberos locales estaba muy agujereado y cuando llegaba al lugar del accidente ya había perdido todo el agua. Aquello no arredraba a los voluntariosos bomberos que repitieron ese viaje absolutamente surrealista hasta tres veces, y si a la tercera no hubieran constatado que los pobladores ya habían robado los restos de la avioneta, nadie sabe la cantidad de viajes inútiles que habrían realizado. Pero si el país ya es de por sí surrealista, la plaga militar decimonónico-castrista que le ha caído en suerte, vaya suerte la de esta tierra de gracia, ha elevado los niveles de surrealismo a cotas que ni el Dalí de El gran masturbador, ni el Buñuel de El perro andaluz, habrían jamás imaginado. La gigantesca e imprevisible crisis eléctrica que puede sumir al país en la oscuridad, producto irresponsable de una política desinversionista de once años de malversación, ha dado lugar a la aparición de ciertos elementos de la fauna bolivariana, los redentoristas cristianos, hijos espúreos del inefable Savonarola y de los teológos de la liberación brasileños (más les valdría dedicarse a la samba y al fútbol) que nos regalan todo los días con inmejorables ejemplos de su estulticia bobaliconoreligiosa. Después de pedir a los técnicos de Cuba, país azotado por constantes huracanes e inundaciones, asesoramiento para combatir la sequía, contratar aguerridos pilotos cubanos para bombardear con nitrato de plata las nubes sobre el cielo venezolano, como si fueran balseros en fuga, para que paran agua a raudales, acusar al imperialismo yanqui de provocar el terremoto de Haití y, ¿por qué no?, la sequía de Venezuela, acusar al gobierno anterior (de hace once años) de imprevisión, proponer cambiarle el nombre al fenómeno atmosférico El Niño, por considerarlo imperialista, etc., ante la desesperación y la impotencia reinante, las autoridades han puesto en marcha el plan B, el definitivo, el infalible: las rogativas. Cuando Franco hablaba de la conspiración comunista y “la pertinaz sequía” para justificar sus fracasos económicos, no podía imaginarse que 60 años después, en la pequeña Venecia de América donde sobraba el agua, otro militar, más alto y más dicharachero que él, usaría los mismos argumentos ante la misma situación. La católica España, para combatir el flagelo de la sequía usó el moderno método que ya era práctica habitual en la Edad Media: salir en procesión pidiendo a Dios, o a sus avatares locales, que derramasen la deseada agua sobre los campos y los ríos yermos. El “socialismo bolivariano”, resulta que tiene la misma fórmula mágica. El presidente de Edelca, la empresa estatal de electricidad que genera el 71% de la electricidad del país, convoca a sus trabajadores para que eleven “un clamor a Dios” pidiendo que llueva. Claro que estos pobres diablos tampoco manejan el lenguaje y no saben que un clamor es un grito vehemente, o una voz lastimosa que indica aflicción o pasión de ánimo, es un reclamo, nunca una humilde petición. Tal vez por eso Dios sigue sin pararles bola y no hace que llueva. Es curioso ver la arrogancia, producto de la ignorancia iletrada, de la frase “...creyendo que se cumplirá lo que el Señor ha establecido en su palabra para nuestra Empresa.”. ¿Dios hablaba ya pensando en Edelca? Pero no contentos con eso, el vicepresidente del gobierno, el tierno tirapiedras Jaua, cuyo nombre árabe nos evoca fonéticamente tanto la jauría de aplaudidores de oficio, como la tan deseada agua, asegura que Dios hará que llueva antes de mayo (sic). El tradicional “apaga y vámonos”, que vendría aquí al pelo, cobra tintes de doloroso humor negro. Seguimos esperando que se resuelva el problema eléctrico “como agua de mayo”, y cuando se resuelva, como no podrá haber otra explicación sino la segura intervención divina, el Cristo de la Luz será el futuro patrón de esta Venezuela reseca y atónita. Al tiempo. Bueno es cilantro, pero no tanto, dice el refrán criollo. Si no hastíado, sí al menos ahito de vivir tanto surrealismo cutre, a uno ya se le hacen los dedos huéspedes echando de menos la anodina normalidad europea y las cuatro estaciones.