
PALABRAS MÁGICAS
Hace unos días leí un artículo en el que se decía que la Universidad de Newcastle, en el Reino Unido, había hecho un estudio científico en el que participaron 516 granjeros de ese país. El resultado es sorprendente: las vacas que son nombradas por su nombre daban 214 litros de leche más al año. También las vacas tienen su corazoncito y son sensibles a los mimos y a las palabras, sobre todo las inglesas, muy educadas ellas, pues cuentan de una vaca británica a la que un vaquero novato se aprestaba a ordeñar, volviendo la cabeza y sacudiéndole con la cola le espetó: “Caballero, si apenas nos conocemos.” Todos sabemos, que nuestros granjeros, sin excepción, y al parecer no como los británicos, llaman a las vacas por su nombre: Mariposa, Guapa, Bizca, Jacarandosa, etc. La intuición enseñaba a los granjeros que eso les gustaba, como parece que les gusta la música clásica, pero no se había cuantificado todavía en litros de leche el placer de las vacas nominadas. ¿Será que la magia de las palabras tiene un alcance todavía desconocido? Tal vez el fracaso de la ganadería de los países del socialismo real se debiera a que los camaradas responsables de las explotaciones lácteas sólo podían dirigirse a las vacas a su cargo con el apelativo de “tovarich”. Uno se pregunta cuánto de verdad y de fantasía caribeña hay en la historia de “Ubre Blanca”, la cursilería del nombre se las trae, la famosa vaca cubana que batió récords mundiales de producción lechera y de mínimos grasos, que hasta estatua tiene, y que, como les pasa a muchos seres humanos, murió joven de tanto ordeñarla. Como dice Cervantes en El Quijote, “cuando empiezas a enhilar sentencias” una cosa te lleva a la otra, y todo esto viene a cuento de que en unas horas pasaré por el quirófano donde un acucioso y reconocido cirujano deberá extirparme un tumor de la vejiga y reseccionarme nuevamente la próstata, ese adminículo que, como el apéndice, una vez cumplida su función no da más que molestias. Lo curioso es que esta misma operación me la hicieron ya hace once años y me retoñó la próstata y me apareció el tumor. A mí siempre me ha retoñado todo lo que me han quitado: la muela del juicio, el tabique de la nariz, las amígdalas, el olfato (me lo quitó el tabaco) y ahora la próstata. Claro que también me ha retoñado el amor, la indignación, las ganas de vivir, de aprender, el gusto por la mañana, las ganas de luchar, la esperanza en el día a día. Todo hombre, y mujer, sabe que es una práctica bastante extendida el dar un nombre cariñoso al aparato del regocijo, como el vaquero a la vaca, y casi nadie nos libramos de ello. Tal vez haya que hacer un estudio como el de Newcastle para ver si eso puede estar relacionado con que a uno le retoñe la sección de los bajos fondos. Mi cirujano, mi futuro rabino de prepucios interiores, me explica que la técnica moderna de reseccionar la próstata es la llamada “vaporización por láser”. Un flash potente de una luz verde de láser que durante segundos ilumina todo el quirófano, trasmuta el interior de la próstata del estado sólido al gaseoso. Lástima que no pueda verlo, aunque no pierdo la esperanza de ver más adelante el correspondiente video, e incluso subtitularlo. Pero tanta maravilla tecnológica me plantea algunas dudas. Por ejemplo: ¿si se pasan un pelín con el láser verde me convertiré en un Hulk? Sería bastante desagradable, aunque útil en marchas y manifestaciones. ¿Y si queda un residuo del láser verde en mis vías urinarias y en el momento cenital mi tálamo se ilumina de una luz verde maravillosa y deslumbradora? Bien pensado, ese efecto secundario sería objeto de envidia y curiosidad de hombres y mujeres, y si pudiese sincronizarlo con las notas del Himno de la Alegría de la 9ª de Beethoven, la tranquilidad económica de mi futuro podría estar asegurada. Aunque bien sé, y quienes me conocen también, que no dejaría nunca la magia de las palabras por las pompas erótico-circenses. El Verbo y yo nunca hemos hecho buenas migas, seguramente porque yo reivindico también el verbo y la razón, por eso mi manera de exorcizar al maligno sean estas palabras, que, desde luego, deseo que sean mágicas.