sábado, 19 de junio de 2010

SARAMAGO


Cuenta José Saramago, que el día que conoció a la que sería su mujer detuvo todos los relojes de su casa: había llegado a su meta. Anoche, cuando supe la muerte de Saramago, se me paró un reloj, el de la lucidez . Hacía un mes que había leído con fruición, como siempre me pasa con Saramago, su Caín. Anoche me abalancé sobre el libro y me puse a releerlo desordenadamente, sin criterio, en voz alta, como un kyrie, como una plegaria atea, como a él le habría gustado, como a mí me gustaría. Campesino poeta, como Miguel Hernández, comunista poeta, como Neruda, mago de las palabras, como Cortázar, como Gabo. Con Saramago aprendí pintura y caligrafía, esa caligrafía casi coránica de su escritura; con Saramago, y en Nombre de Dios, entendí el Evangelio; con Saramago me angustié en una deriva de piedra y viendo la ceguera del mundo y me consolé con su lucidez; con Saramago conocí a Ricardo Reis y a Don José; con él reconocí las pequeñas memorias de la infancia y salí de la caverna; con Saramago, por fin, entendí a Caín. Saramago ya no nos podrá regalar la última novela que estaba escribiendo. Pero nos deja todas sus mayúsculas y sus comas disparatadas, su ironía sin fin, su cariño por las palabras de la tierra, del campo, esas palabras que nos traen recuerdos de pan y de aceite. Pero también nos deja su ira, su compromiso, su racionalidad. Voy a hacer caso a Yajaira: voy a aprender portugués para leer a Saramago en su idioma, así sentiré una nueva emoción. Hace unos días, el Papa visitó Portugal e invitó a todos sus intelectuales a reunirse con él. Sólo Saramago no acudió: “no tenemos nada que decirnos”, explicó a los periodistas. Lo mismo me habría pasado a mí, pero, sin embargo, cuántas cosas nos podríamos haber dicho él y yo en su casa de Lanzarote, qué lástima que no tuve esa oportunidad, José. Hoy L’Osservatore Romano le dedica un ataque furibundo, ataque que le honra, pues ni Saramago hubiese esperado otra cosa, ni el Vaticano podría dejar de ser lo que es. Para contrarrestar esa hiel, dedico esta miel a Saramago desde lo más sincero de mi dolor, mi admiración y mi respeto. Además, como este blog es más leído que L’Osservatore Romano, que les zurzan.