miércoles, 19 de agosto de 2009

HÉCTOR NAVARRO





Hoy no tengo ganas de profundizar, y la Ley Orgánica de Educación (LOE) lo menos que merece es eso: atravesarla hasta el fondo. Así que me quedaré en lo anécdotico que ayer mismo me produjo, como casi siempre que estos majaderos hablan, una mezcla de hilaridad e indignación.

En los mentideros de la vieja izquierda venezolana, se considera al ministro Héctor Navarro, al igual que a Alí Rodríguez, como de los más granado intelectualmente que tiene la banda instalada en el poder. Pues si Héctor Navarro es el genio, ¿qué quedará para el resto? Héctor Navarro se lució ayer con dos perlas impagables. La primera, afirmando que la movilización contra la LOE estaba directamente relacionada con las bases americanas en Colombia. Esta mañana me encontré en el supermercado a mi amigo José Luis y su mujer. A voz en grito y con expresión de indignación y desesperación me dijo que no estaba dispuesto a que su hija de seis años se convirtiera en un soldado periquito de la revolución chavista y que se iban del país. Entiendo su actitud, cuestión de calendario, como entiendo la de los que han decidido quedarse y luchar siguiendo el ejemplo que da en su valiente carta Gonzalo Himiob, yendo a la puerta del colegio a impedir que adoctrinen a sus hijos. No se me ocurrió preguntarle si su actitud contra la ley de marras no estaría influenciada por las bases americanas de Colombia. Claro, que de haberlo hecho, mi amigo José Luis se habría ido del país pensando que su amigo Luis había perdido la chaveta. Chávez los tiene locos. Cuando leí u oí, ya no lo recuerdo, la frase de Navarro, lo primero que pensé fue que el ministro es idiota, o imbécil, pero consultado el DRAE vi que la idiocia o la imbecilidad son enfermedades, generalmente congénitas o adquiridas a temprana edad, lo que, obviamente, no cuadra con el currículum del ministro, y lo que es aún peor, si lo califico así corro el riesgo de que el día de mañana se tomen mis palabras como diagnóstico especializado y puedan ser utilizadas como eximente o dirimente de la indudable responsabilidad política y penal del Sr. Ministro. Si lo califico de tonto, necio, bobo, o estulto, el uso del lenguaje ha suavizado tanto estas palabras que ya casi parecen cariñosas. No me veo diciéndole: “¡Ay, Héctor, que necio eres!”. No me queda más remedio, pues, que recurrir al lenguaje coloquial, bajar el registro y decir que Héctor Navarro es un gilipollas, como dirían en mi tierra, o un huevón, como dirían en la suya. Al fin y al cabo, quiere decir lo mismo y suena mucho mejor.

La segunda perla, esta más seria, es hoy titular de la mayoría de los periódicos: “Quien desacate la Ley de Educación es un delincuente”. Aderezado con dos precisiones: “el que no esté conforme que acuda al Tribunal Supremo de Justicia” y que “hay mucho loco en la derecha en Venezuela.” Mire usted, Sr. Ministro, ahí le doy toda la razón. Los que no están conformes con la ley acudirán al Tribunal Supremo, con el absoluto convencimiento de que no sirve para nada... por ahora. Tiene usted razón al decir que en la derecha venezolana hay mucho loco... y en la izquierda. Chávez ha enloquecido al país. Pero, por si acaso, sepa usted que a esa ley, como a Chávez, no sólo se opone la derecha, también el centro y la izquierda, claro, la izquierda del siglo XXI, no la izquierda borbónica, como dice mi amigo Teodoro, la izquierda extinguida en el mundo entero, excepto los pocos fósiles que como curiosidad en el proceso evolutivo perduran en América Latina. Y por último, Héctor Navarro, claro que los que se oponen a la ley son delincuentes y como tales los tratará la justicia bolivariana. En los gulag rusos, en las cárceles franquistas y en los campos de concentración nazis, se pudrieron y murieron millones de inocentes a los que se les aplicó la ley en vigor. Hasta la ley racial con la que se envió a la cámara de gas (¿por qué será que a todos estos les gusta tanto el gas?) a millones de judíos era una ley refrendada por los legisladores del Tercer Reich. La ley y los tribunales sirven para lavar la conciencia de los déspotas, hasta que a ellos se les aplica la otra ley, la de la justicia universal. Siempre habrá un Nüremberg. Y, como dicen en mi tierra, a todo cerdo le llega su San Martín, que traducido al criollo, es “A todo cochino le llega su sábado”.