miércoles, 21 de abril de 2010

19 de abril




El 19 de abril es en mi vida una fecha que marca un hito: dos días después es mi cumpleaños. Y este 19 de abril, año I de la infancia de mi vejez y XXI de la Revolución de la caída del Muro de Berlín, me ha pillado, sin sorpresa alguna, en onda sexual, o más bien erótico-festiva, como ya anuncié en mi anterior blog, y los hechos del día no han hecho sino acrecentar mi desasosiego erótico. Cristina Fernández, Presidenta de Argentina, me pone cachondo. Y la he tenido gran parte del día en todos los canales de la televisión. Ese cuello de tortuga es toda una garantía de una madurez pletórica, que se ennoblece con una bemba siliconada pero pizpireta, fantasía erótica de todo macho que se precie, anunciadora de placeres orondos y lirondos, guiño extrapolador de otras redondeces plastificadas de su cuerpo. Además, es presidenta y peronista: el acabose. La sexualidad es una función mental y luego física, o mecánica, pero primero mental: el morbo. Las lenguas de doble filo susurran que Cristina está liada con Chávez. No lo creo, pero si así fuera, con más razón. No hay nada más excitante que ponerles los cuernos a dos presidentes, claro que el propio, su marido, parece que hace la vista gorda, o mira para otro lado, es igual, el morbo es el mismo. También hay toros bravos a los que llaman bizcos, los que no guardan simetria perfecta en sus dos astas. Hay treinta y dos tipos distintos de toros según sus astas, empezando por el Bien Puesto, que es aquel que tiene las astas bien colocadas y de normal desarrollo, pero que, en principio, no tiene nada que ver con que alguien lleve los cuernos bien puestos, como podría ser el caso del expresidente argentino. Si los indudables atractivos físicos de Cristina no fuesen suficientes, ¿cómo resistirse al vértigo embriagador que emana de una mujer corrupta, capaz de todo por dinero? Lo demuestran las cuentas oficiales de su patrimonio, incluyendo los maletines cargados de dinero abandonados en aeropuertos, activos muebles e inmuebles multiplicados en las presidencias conyugales, activos intangibles invertidos en silicona y bótox. Pérdida de votos sí, pero incremento espectacular de bótox. Detrás de esa aparente, engañosa, y por lo tanto excitante, apariencia de señorita de provincias, hay una mujer que da la sensación de que puede transformarse en una cobra de sexualidad. Y digo lo de cobra por la simbolgía lasciva del ofidio, no por otra cosa. Por si fuera poco, su dignidad de presidenta peronista nos evoca la juventud de otras presidentas peronistas, Evita e Isabelita, flores de burdel rescatadas por aquel militar fascista, corrupto y demagogo que fue el general Perón, su General, para convertirlas en santitas de los “descamisados” a los que colmaban de dádivas y regalos, mientras ellas, modesta y revolucioanariamente, se cubrían de pieles y joyas y adornaban a su General con unos apéndices córneos que la altura de la gorra militar apenas dismulaba. ¡Perón, Perón, qué grande sos, mi General, cuánto valés...! Sí, pero corniveleto de todas, todas. ¿Verdad, Brujo? Aunque, bien pensado, siento unos celos injustificados de Chávez. ¿Será verdad? Prefiero pensar que Cristinita ha venido al sambódromo caraqueño sólo por dinero, que no hay ninguna razón sexual en ello. Uno entendería que la avaricia, tan respetable como la lujuria, le haya impulsado a protagonizar las fiestas patronales bicentenarias. Terminada la intervención de Cristina, apago el televisor, pues las paradas militares me inhiben la producción de feromonas y las farragosas y cursis peroratas castrenses me producen una sensación parecida a la disfunción eréctil. Soy ideológica y visceralmente antibelicista y antimilitarista y alguna que otra vez, experiencias similares me han producido sarpullidos, excepto en casos justificados, siempre por razones sexuales, con el glorioso Ejército Soviético y la valiente Fuerza Aérea Israelí. Y, Cristina, por cierto, calladita estás más mona.
Cuál no sería mi sorpresa cuando, al rato, en un resumen, veo un momento del desfile cívico militar. Primero, esbozo una sonrisa viendo unos papás noeles todos vestiditos de rojo, dando saltitos, luego, las feromonas se ponen de nuevo en posición de avalancha, al ver unas espectaculares mujeres desfilando, todas ellas también de rojo, pero estas con faldita y con botas blancas, una mezcla de soldadas chinas, con cheer leader de universidad americana y nancys sinatras con sus botitas que son para caminar, blandiendo, de manera insegura y coqueta unas ametralladorcitas, tipo Marietta, más como un abrazo fálico que como amenaza marcial. Me entró un sudor frío, siempre me pasa con las feromonas, pero, afortunadamente, duró poco pues, colorín colorado, ese cuento colorado se había acabado. Cerró la función un señor que decían que era general, pero que iba disfrazado con muchas medallas, gigantescas charreteras, guantes rojos y un enorme escopetón. Y pegaba gritos. Parecía un enano cargando un cañón. Hay que ver lo que tienen que sudar los pobres. Y encima, Chávez, en vez de dirigirse a él para clausurar la cabalgata, se dirige a Cristina. Pobre General: Cornudo, apaleado y encima contento, como reza la famosa obra de teatro de Alejandro Casona. Me daban ganas de gritarle la frase de Les Luthiers: “¡No te tomes la vida en serio, al fin y al cabo no saldrás vivo de ella!”.