viernes, 24 de julio de 2009

SOR PAJILLA

Una entrañable amiga que conoce mis debilidades (gracias, Froila), me envía una historia que está haciendo furor en internet. Antiguamente se llamaban historias de camino, más tarde leyendas urbanas y hoy cuentos de internet. A la autoridad de la letra impresa se le añade la de la red, que en muchos casos deslumbra y wikipediza la cultura del desapercibido. Se trata de una curiosa historia supuestamente sucedida en la España del siglo XIX, concretamente en Málaga, donde ...

“En diciembre de 1840, se autorizaba la creación (merced a una especialísima dispensa del Obispo de Andalucía) del Cuerpo de Pajilleras del Hospicio de San Juan de Dios, de Málaga. Las pajilleras de caridad (como se las empezó a denominar en toda la península) eran mujeres que, sin importar su aspecto físico o edad, prestaban consuelo con maniobras de masturbación a los numerosos soldados heridos en las batallas de la reciente guerra carlista española.

...El éxito rotundo, se tradujo en la proliferación de diversos cuerpos de pajilleras por todo el territorio nacional, agrupadas bajo distintas asociaciones y modalidades. Surgieron de esta suerte el Cuerpo de Pajilleras de la Reina, las Pajilleras del Socorro de Huelva, las Esclavas de la Pajilla del Corazón de María...”

Es curioso que esta historia tenga lugar en Málaga, uno de cuyos pueblos, Archidona, ingresó en la fama de la mano, nunca mejor dicho,de Camilo José Cela, que en su libro “La insólita y gloriosa hazaña del Cipote de Archidona”, narra una de las mayores hazañas masturbatorias que vieron los siglos.

Son ya centenares los blogs que recogen este descubrimiento histórico. Algunos, bucean en la historia latinoamericana y encuentran que las damas pajilleras se extendieron por el continente y así aparecen en la guerra civil en México como las Hermanas de la Consolación, llamadas también “mami-chingonas” u “ordeñamecos”, a las que siguieron las “sobagüevos” dominicanas, las damas “beixapau” paulistas, hasta dejar huella en un villorrio a orillas del Paraná, Pago de los Arroyos, como las Hijas de Nuestra Señora del Vergo Encarnado.

Es inobjetablemente evidente, que a falta del más absoluto asomo de veracidad histórica, todo esto tiene una repajolera gracia. A estos montajes no se les puede pedir rigor, sino barniz y éste lo tiene, con imaginación y buena pluma. Es indudable , y así hay que reconocerlo, que legiones de monjitas prestan en el mundo, sobre todo en el más necesitado, un meritorio e impagable servicio de socorro y ayuda a los enfermos y desvalidos. Y también servicio es, a veces perentorio, éste al que se refiere la noticia internáutica. La historia y la literatura están llenas de relatos que apuntan en la misma dirección, aunque nunca nadie se había atrevido a insitucionalizar lo que siempre ha sido prueba de abnegación individual.

Doña Inés ha sido un fantasma y una fantasía recurrente en las ensoñaciones eróticas de muchos varones, entre los que sin pudor me incluyo, y Doña Inés y el sofá, el sofá y Doña Inés, nos ha traído a mal traer. La literatura medieval y renacentista está llena de bellas mujeres que entraban en religión, bien por necesidad económica, la dote de matrimonio sólo alcanzaba para la mayor, o para ocultar deslices no santos, que una vida de santidad lavaba, como la mancha de vino tinto con vino blanco se quita. Los conventos, sus jardines, sus claustros y celdas han sido testigos consuetudianarios de frufrús de hábitos, hopalandas y enaguas, susurros de maritornes, celestinas y trotaconventos y hasta ruidos de sables cruzados por pretendientes celosos, como Don Juan Tenorio y Don Luis Mejías. Capítulo aparte merecería algo no tan caballeresco, pero prueba al fin y al cabo de la relajación de las costumbres conventuales, de los continuos hallazgos en excavaciones en los conventos de los siglos XV y XVI de enterramientos de fetos y neonatos. Teresa de Ávila, santa mujer, fundó la orden de las carmelitas descalzas y mandó a parar. Se acabaron, o casi, los conventos aburdelados y aparecieron las órdenes de clausura. Afortunadamente para los pobres y necesitados, pero desgraciadamente para los varones en general, el nivel de belleza de la enclaustradas descendió rápidamente, hasta el punto de surgir el dicho popular según el cual “las monjas se casaban con Dios, porque no había Dios que se casara con ellas”. Dejaron de ser diosas, para cargar con adjetivos zoófilos, como “cuervos” y “pingüínos”. Yo, la última monja que vi que me hizo elevar la producción de testosterona fue hace ya algunas décadas y era una homicida.

Antes de eso, tuve la oportunidad de participar en las conversaciones con cuatro viejos líderes anarquistas recientemente excarcelados, entre los cinco sumaban 150 años de condena cumplida, para intentar que se sumasen al proyecto de creación del sindicato clandestino de Comisiones Obreras. El intento fue vano, pues eso del “entrismo” no entraba en los sólidos principios morales de los viejos ácratas. Pasamos a oír sus relatos de anécdotas carcelarias y entre ellas, recuerdo que una de las más divertidas era la de unas monjitas de la enfermería del Penal de Carabanchel en Madrid, que se habían cosido unas enormes cremalleras centrales en el hábito, (el velcro estaba aún por inventarse) y por riguroso turno beneficiaban a los líderes anarquistas con breves pero intensos encuentros amatorios, casi con seguridad pensando en que hacían un servicio a los pobrecillos que tal vez no saldrían nunca de allí, ad majorem dei gloriam, y, por supuesto, sin pensamientos libidinosos. O, ¿por qué no?, se adelantaban a uno de los aforismos de Les Luthiers: “Huye de las tentaciones, pero, eso sí, despacio, para que puedan alcanzarte.”