jueves, 28 de mayo de 2009

VISCA EL BARÇA

El 25º Festival de Poesía que se ha celebrado en el Palau de la Música de Barcelona el día 27, adelantó su horario, para no coincidir con la retransmisión de la final de la Champions League. No es bueno que una poesía le quite público a otra poesía, ambas con distinta letra pero con música muy parecida.

Hoy es inevitable hablar de fútbol, pero lo voy a hacer sólo de pasada, porque lo que quiero , de verdad verdad, es hablar de poesía, o del fútbol hecho poesía, del fútbol entendido como poesía, o el fútbol poético. Ya es un lugar común sostener que el deporte es una trasposición simbólica de la guerra, una forma de reconvertir la natural agresividad humana en algo igual de agresivo pero menos sangriento. Una guerra de play station, diríamos ahora; un sustitutivo, donde se transfiere la agresividad acumulada durante la semana hacia el adversario, el enemigo, sus huestes, sus capitanes, el que nos ataca ondeando sus banderas. Nada más obvio para reconocerlo que ver el lenguaje deportivo, y concretamente el futbólistico, lleno de metáforas guerreras. La defensa, el ataque, la táctica, la estrategia, la penetración, el contrataque, anular, desarmar, etc. En ese sentido, hay que agradecer al fútbol, y a otros deportes en otras culturas, que sea una válvula de escape no letal de nuestra agresividad. Pero, en casi todas las épocas, y especialmente en la romántica, ha habido un concepto de la estética en la guerra , la guerra como arte, ojo, no el arte de la guerra de Sun Tzu, la guerra cuya meta siempre es vencer, pero siguiendo unos cánones estéticos, unos códigos artísticos. La esgrima puede ser uno de los ejemplos más claros de esto. Ese concepto estético de la guerra llevado al deporte, al fútbol, sólo ha prendido en total plenitud en tres tierras elegidas por distintos motivos: el Brasil del baile sensual, la Holanda del comercio y Rembrandt y la Catalunya de la industria y Miró, y Picasso, y Dalí, de Rusiñol y Ausías March. Catalunya era tierra abonada para el fútbol arte y así lo explicaron desde su inicio los Pepe Samitier, Sagi Vela o Luis Suárez , Kubala, etc. La fusión del arte catalán con la dinámica holandesa, de la mano de Cruyff, generó el famoso Dream Team y ha dado como resultado este Barça de hoy, pergeñado por otro holandés, Rijkaard y rematado y dado sentido, por un discípulo de Cruyff, portador de los más puros valores de la catalanidad: Pep Guardiola. Un hombre que ha imbuido a sus jugadores, siete de ellos criados en la escuela de infantiles del Barça, la más pura filosofía del éxito catalán: “hay que ser fieles a si mismos y el mayor riesgo es no arriegarse.” El ex-entrenador inglés del Barça Bobby Robson, nunca entendió por qué le silbaron una tarde después de que su equipo derrotara al rival por un contundente 6-0. La explicación era bien sencilla: porque no habían jugado bonito y eso en la artística Catalunya no se perdona. Algo similar pasaba con el jogo bonito de Brasil, aunque mucho nos tememos que ese espíritu va quedando cada vez más como patrimonio de algunos nostálgicos. El gran periodista inglés John Carlin, radicado en Madrid y madridista confeso, escribía una crónica have unas semanas en la que decía: “En España somos más y más los que decimos que el Barcelona es el mejor equipo que hemos visto en la vida. Y eso incluye a maestros del periodismo deportivo, como Santiago Segurola, que ha tenido la fortuna de ver a la selección brasileña de 1970, a la holandesa de 1974, al Ayax de Cruyff o al Milan de Van Basten.” Y, en la víspera del partido contra el Chelsea, se atrevía a pronosticar: “La liga inglesa es la más fuerte, pero el Barça es el grande, grande de verdad. La belleza y la virtud, por una vez, triunfarán. La mala suerte no es del Barça sino del Chelsea.” Coincido con Segurola y añado, además, al Madrid de las cinco Copas, en vista de lo cual, me están dando ganas de parafrasear a Cervantes y decir que he tenido suerte porque he sido testigo del mayor hecho que contemplaron los siglos: el Barça actual. Que es una hipérbole, lo es, pero la hipérbole es una licencia poética permitida y si he tenido las narices de comparar en una conferencia la otredad, el unheimlich, de Freud con el devenir europeo del tomate, no se me van a caer los anillos comparando al Barça del 2009 con la batalla de Lepanto, o con lo que haga falta. Muchos le llaman el equipo del babero, o de la baba, por analogía con la frución salivante que produce degustar un manjar; no es de extrañar esa figura en un país donde un Ferrán Adriá ha comparado a este equipo con sus platos. Pero no, yo prefiero verlo como un poema permanente y permanentemente cambiante. Un poema- Sombras nada más- del llorado Mario Benedetti arranca diciendo: “¿Cómo definiría usted la poesía? La verdad es que nunca se me había ocurrido definirla, si usted en cambio preguntara qué no es poesía entonces sí podría imaginar como tiros al aire quince o veinte respuestas.” Lo mismo podríamos decir de la poesía del Barça, una definición por exclusión, lo contrario del fútbol que hacen los demás. Pero así no le haríamos justicia . En un soneto de juventud, poco conocido, de Gabriel García Márquez, en sus tercetos leemos: “Si alguien llama a tu puerta una mañana sonora de palomas y campanas y aún crees en el dolor y en la poesía. Si aún la vida es verdad y el verso existe. Si alguien llama a tu puerta y estás triste abre, que es el amor, amiga mía.” Si cambiamos, con permiso de Gabo, la palabra “amor” por “Barça”, sabemos no sólo que hay que abrirle la puerta, sino que es la poesía del Barça la que llama a ella. Soneto como el que escribe este equipo en el campo, once jugadores, el endecasílabo tradicional de la poesía española, trazando versos con los pies y con la cabeza y, como en la tradición barroca, con alusiones clásicas, con lenguaje conceptual, con la incorporación semiótica de lo más terrenal y físico al campo de la espirtualidad enamorada. Empezando el juego con unos cuartetos didácticos, explicando al lector y al rival cuál es su juego, impresionándole con su ciencia, para rematar con unos tercetos condensados, explosivos, cargados de toda la intención poética del soneto, embelesando al rival y al lector con su eficacia poética. Remedando a Quevedo , podríamos acabar como su famoso soneto: Fútbol será, más fútbol enamorado.

Todavía recuerdo los versos del poema que Rafael Alberti le dedicó a Platko, el portero húngaro del Barça, que impactaron mi juventud.

Azul heróico y grana,
mando el aire en las venas.
Alas, alas celestes y blancas,
rotas alas, combatidas, sin plumas,
escalaron la yerba.
Y el aire tuvo piernas,
tronco, brazos, cabeza.

Gracias, Barça, por lo que nos has hecho disfrutar.

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