lunes, 31 de agosto de 2009

DOS BODAS Y UNA LENGUA


Con una vida social muy limitada, el hecho de asistir a dos bodas en dos semanas constituye todo un acontecimiento que altera mi rutina. Como amante de la lengua, de la que vivo y para la que vivo, me es imposible evitar caer en la deformación profesional de juzgar mucho de lo que sucede a mi alrededor en función, casi siempre, de la lengua. Me imagino que si fuera peluquero me pasaría lo mismo y lo que más me interesaría de una boda sería el peinado de las señoras. Como no lo soy, me fijo más en las demás partes de las señoras, incluida la lengua. La primera boda, esponsales de la hija de una amiga, tenía todo ese tufillo pequeño burgués que tanto me aburre. El marco, una moderna iglesia en una urbanización de la alta burguesía, que, por un detalle que no viene al caso, me recordaba más a un Cirque du Soleil tropical que a un templo. Se suponía, porque así estaba previsto, que, aparte de los novios, los puntos resaltantes de la ceremonia fueran el coro que cantó una misa rociera y los veintidós (22) “caballeros de honor”, perfectamente uniformados de frac impoluto. El coro resultó de lo más desangelado, aunque la misa rociera fuera una buena idea y los caballeros parecían más bien los boys de una revista de Broadway: jóvenes, altos, bien alimentados y con barba descuidadamente cuidada de cuatro días. El protagonismo se lo llevó entero el cura. El cura, joven, dicharachero, jacarandoso, ligeramente mariconzuelo (nada que objetar: todas las camas llevan a Roma), se dedicó a “chupar cámara”, dispuesto a no dejarse avasallar ni por el coro, ni por los caballeros, ni por los novios. Declamó, gritó, bromeó, mimó, dialogó con el público, metió la pata, muy en la línea tan de moda por estos pagos de un televisivo Aló Curita. Pero para ser absolutamente fiel al modelo bolivariano, generalizado, desgraciadamente, entre otras progresías de nuevo cuño, (que los dioses y las diosas me libren de afirmar que el curita era chavista) el sacerdotín se dedicó con un empeño digno de mejor causa a no omitir un femenino junto a un masculino en cuanto sustantivo y adjetivo se le cruzaba por la lengua. Que un militar o un político ignore la diferencia entre el género gramatical y el sexo es hasta comprensible; unos por pura ignorancia y los otros por demagogia falsamente feminista, pero que un cura que ha estudiado latín, que se supone que sabe cómo el genio de la lengua castellana elimina las desinencias de las declinaciones latinas y, a falta de un neutro, decide poner en el nominativo, en el nombre, la “o” final a los masculinos y la “a” a los femeninos, para que Nebrija decidiera que la distinción se hace con el artículo, es imperdonable. Además, con el voto de castidad el único género que debía considerar es el gramatical. Aquello fue una retahíla interminable de orgullosos y orgullosas, los que se han ido y las que se han ido, los pecadores y las pecadoras, los cristianos y las cristianas, los fieles y las fieles, los castos y las castas, los padres y las madres, los bautizados y las bautizadas, etc. ¡A la mierda la economía de lenguaje! Tan entusiasmado estaba en citar por su nombre a los y las que ya no estaban entre nostros, que incluyó entre las idas a la madre de la contrayente que la flanqueaba frente al altar. La misma novia tuvo que rectificarle y decirle que su mamá no estaba en el cielo sino a su lado. Gritó poseído de angelical gozo cuando lo que él tomó por una golondrina, todo un símbolo evangélico que no podía sino augurar eterna felicidad a los contrayentes, , atravesó la nave. En la segunda pasada en vuelo rasante pudimos constatar que se trataba de un murciélago, con lo que no sé a qué simbolismo acogerme en este caso, a no ser que fuera el propio Batman practicando en La Lagunita. El rizo gramatical lo rizó dirigiéndose a los esposos a los que les dijo: “Cada uno y cada una de ustedes dos”. ¡Pá coger palco, mi hermano! Para rematar en plena exaltación eucarística, nos recordó que Cristo en su última cena repartió el pan (previamente transustanciado en su cuerpo) “entre todos los presentes y las presentes”. ¿Desliz lingüístico? ¿Toma de posición evangélica? ¿Destruimos el cuadro de Leonardo? ¿Estaban los trece con sus respectivas esposas tipo cena de los viernes? ¿Había camareras? Tantas preguntas en el aire, todas igualmente inútiles, pues la única explicación es que el curita se hizo un lío con su propia estupidez gramatical.

La segunda boda, la boda de la hija de una amiga del alma, fue algo diametralmente opuesto. Un bello caney en una bella universidad, al aire libre, aromas de flores, mecheros encendidos, una emotiva ceremonia civil con el funcionario que los casó y su bella secretaria, visiblemente emocionados, pues eran primos hermanos de la novia, con un cuarteto acompañando la ceremonia a los acordes del Canon und Gig y el Himno de la Alegría de la 9ª de Beethoven, con un reducido grupo de invitados rodeando a una familia que desbordaba alegría, en lágrimas y risas, en brindis y en bromas, y, lo que es muy importante, haciéndonos sentir a todos felices de compartir esos momentos con esa familia. Una familia “gozona”, que no paró de bailar salsa hasta el final, una vez retirado el cuarteto. Pero allí había también otra cosa importante para mí, un respeto reverencial por la lengua, ese respeto y ese amor que te permiten hacer malabarismos, equilibrios, bromas y chistes con la lengua por objeto. Una tía de la novia, mujer divertida y cáustica, (su nombre forma parte del secreto del sumario) nos contó que su hermana recientemente fallecida había tenido un pretendiente-amante que un día, en pleno momento de la verdad, dicho en términos taurinos, le planteó muy serio una pregunta que jamás debió hacer: “¿Quieres que te chupe el ‘clíctoris’?” A la estupidez de la pregunta le añadió el horror fonético-gramatical, y la requerida, más amante de la lengua de Cervantes que de la de su pretendiente, sintió ese “clic” ante tamaña solicitud genitiva, que le produjo un efecto casi ablativo y declinó, abandonando al susodicho. Del sexo no se habla, se hace, dicen algunos, pero si se habla, que sea bien y correctamente. Si el bien hablar ha sido siempre señal distintiva de cultura, en un país donde el Presidente escribe “adquerir” y “felisidad”, un ministro dice “adelaños”, un viceministro dice “rompido”, que un pretendiente-amante diga “clíctoris”, casi da ternura.

3 comentarios:

Rosaly Rivero dijo...

Me encantó este artículo y puedo comprender perfectamente lo que debió haber sentido durante la primera boda. Es triste, pero cada vez se institucionaliza más la ignorancia. Lo peor del caso es que a nadie parece importarle y muchísimo menos existe voluntad para restituir a la lengua al lugar de importancia que debe tener dentro de los valores de un pueblo.

Unknown dijo...

profeee beisho,
ese cura debe ser algun personaje rojo rojito algun heroe de: Ultimas Noticias
Exactamete me paso lo mismo en un bautizo en maracay, queria matar al sr religioso..
el segundo lo de "cliCtoris", estem vamos a pensar q fue x cuhi y querer ser original

Annacriss dijo...

JAJAJAJAJAJA!!! Ay, Papero, a ustedes si les pasan vainas cómicas...y me disculpas las malas palabras después de leer tan exquisito artículo con tan elegante léxico, pero de no usarlas no estaría conservando el asombro implícito de la oración. Los quiero y las quiero a cada uno de ustedes dos, es decir, a la Mamera y a ti! :-D